Se ha dirigido al lugar con decisión, sin prestar atención apenas a la oferta del pollo y después de coger el número del dispensador de turnos del pescado.

Nadie por este lado, ni un alma por el otro; a fuerza de repetirlo a diario, conocía a la perfección cual era el mejor momento. Arrojó el bolso sobre el papel higiénico; tensó los músculos, estaba preparada…

Con desenvoltura, torció a la derecha por la esquina de los roncal y manchegos tiernos; al frente despejado, era el momento… Apoyándose en el carro y acelerando el paso para tomar impulso, se lanzó a tumba abierta por el pasillo de los yogures… el aire frío le acariciaba la cara, le llegaban aromas de vainilla, fresa y frutas del bosque… abrió los ojos y frenó arrastrando los pies justo al llegar a la esquina de las ofertas lácteas, a punto de atropellar a un señor con bigote, y bajo la mirada cómplice de la cajera número treinta y dos.