Eso fue lo que escuchó cuando cayó de lo alto de un edificio de cinco pisos. Abrió los ojos y notó que mucha gente le miraba como si fuera un ebrio. ¿Qué les ocurre?, se preguntó. La gente continuaba mirándole con atención, quietos como nada. El hombre quiso pararse, no pudo. La gente continuaba mirándole con atención. ¿Estoy muerto?, pensó, pero, si lo estoy ¿por qué pienso?, acaso no es cierto aquello de ¿pienso luego existo?, mmm, parece que esto es otra cuestión. El hombre continuó quieto, así como la mirada de toda la gente. Miró sus manos, no estaban; su cuerpo, tampoco. Se asustó. Gritó pero nadie pareció escucharle. Se fijó en la gente y advirtió de que ni uno de ellos parecía respirar, era como si todo estuviera estático, el tiempo congelado. Gritó de nuevo. Esta vez una sombra empezó a llegar. Luego, todo comenzó a desparecer así como un sueño. El hombre sintió que penetraba en un hoyo sin fondo, oscuro, cómodo. Miró hacia arriba, hacia el borde el hoyo y vio los rostros de toda la gente. Esta vez les sintió respirar, moverse como si estuvieran mirando una película de drama. No quiso saber nada, se sentía muy bien... Les sintió gritar, clamar por ayuda, correr de un lado a otro como hormigas frente al fuego. Sonrió y se dijo que quizá todo le fuera mucho mejor... Cerró los ojos y murió.
San isidro, diciembre del 2006
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