Cae la tarde sobre el barrio La Bolsa.
La esquina de Boulevard Sarmiento y Cervantes espera impaciente nuestro encuentro. Ya no está el almacén de Don Gregorio y sin embargo todavía resuenan los ecos de un tiempo que no se rinde ante el olvido.
Aquí, esperábamos la noche agudizando nuestros reflejos para ver quien era el primero en gritar:
- ¡Primero pa la lu!
Parece que fuera ayer… pero nada está como entonces. Ya no está doña Cirila a la siesta lavando ropa ajena en un fuenton de chapa bajo la sombra de una parra de uvas chinces; el Pibe Gandola, viejo pícaro y ladino, sentado sobre un sillón de paja en la puerta de su casa esperando que algún descuidado olvidara lo que fuere para justificar su apropiación con un: “salí a tomar mates y me encontré con esto”; ni la vieja Zulema llevando al día la agenda de maridos infieles y mujeres descuidadas. Todo se reduce a un recuerdo que no resigna su vida al paso implacable y devastador del tiempo.
El reloj marca las ocho menos cinco y el viejo foco de 500w ve como un fluorescente lo deja en medio de la esquina a merced de su propia oscuridad. Los chicos tardan pero eso no hace más que aumentar la ansiedad que siento por el reencuentro. Después de innumerables intentos, al fin, logramos ponernos de acuerdo para juntarnos bajo aquel bendito foco, amigo incondicional y testigo mudo de historias, acaso, repetidas en tantos barrios como este.
El primero en llegar fue el Pincho Bejarano y con él, Chirola Gandola, valuarte significativo de las escenas más atrevidas que supo engalanar a Fabián Ocampo nuestro amigo afrancesado del barrio. Detrás de ellos cayeron Malagota Márquez, Cachete Barreto, Gustavo Chaparro, Miguelito Mercaich, Gregorito Jakovljevic, la Chancha Daneri y los hermanos Lota y Panchi, quien hablaba de un modo más que especial. Nadie sabía muy bien porque nos habíamos juntado allí. La única certeza era que nos sentaríamos sobre el escalón más elevado de la alcantarilla y, cerveza de por medio, improvisaríamos un temario para hablar.
Malagota estaba desconsolado. No hacía mucho que su mamá había fallecido. Miguelito, siempre rápido en estas situaciones, se sienta al lado de Márquez, le acerca un vaso de cerveza y abrazándolo le dice:
- ¿Sabes qué, Mala? Yo cada vez que estoy bajoneado, agarro mis fotos viejas y me acuerdo de la infancia, mis amigos, cuánto la disfrute y me doy cuenta de que al pedo a veces me hago problemas por todo.
- ¡Pero no sea boludo, Miguelito! ¡Es la vieja, loco! – intenta explicar Cachete.
Silencio y miradas confusas.
- …
- …
Chirola y Pincho interrumpen con un par de cervezas más que acababan de comprar en el Kiosco “El 13”, gritando a dúo:
- ¡Hasta que ardan las velas, mierda!
- ¿Saben qué, boludos? ¿Qué les parece si hacemos algo?- digo sabiendo que siempre les resulto interesante mis ocurrencias- ya que el Flaco Miguel tocó el tema de los recuerdos… ¿por qué no nos ponemos a pensar en todo eso que pasamos y que tan bien nos hacía y vemos que quedó de todo?
- Muenísimo, loco, así no cagamo de risa de cuano Don Celio lo sacaba cagano a Miguelito polque le traía vino Tolo de lo Malzo en lugar de Flanja Amalilla tinto- dice Panchi disfrutando de ese recuerdo.
- Cómo olvidarme, boludo. Era bravo el viejo… igual, de todos modos yo terminaba haciendo lo que quería… pero no te rías mucho vos porque bien que la Beba y doña Goya te tenían cortito, ¿te acordás cuando casi le incendiaste el rancho por querer hacer mierda una araña con un rompe portón? Casi lo matan a vos y al Lota…
- Mueno, loco, pelo ela lógico que mi mamá y mi agüela no quisielan matal. Casi la dejamo sin lancho.
- ¡Siiiiiiii! ¿Te acordás, Flaco? Nos pasamos toda la noche apagando el fuego con una manguerita de mierda y vos a baldazos limpios con el tío Carlos- recuerda Gregorio
- Recuerdos… cuanta nostalgia rodando en cada una de nuestras palabras- observa la Chancha Daneri, el filósofo del barrio.
- Pensar que nosotros nos desvivíamos por una propina sólo para comprar una Canadá Dry, una Toral o la chinchivira…
- ¡Siiiiiii, boludo! ¿Te acordás que después le rompíamos el pico para quedarnos con la bolita y tener para jugar a la Troya…?
- ¡Semejantes pelotudos éramos, eh! Congelábamos jugo en la heladera con un palito de caña tacuara… ese era nuestro helado. Hoy si no tomas Coca Light o le das a un Kibon, sos retro. – completa Chaparro
De repente el tiempo dejó de correr para nosotros y cada uno iba recordando y comparando etapas de la vida. No se bien qué dijo quien pero algo es cierto la conclusión a la que llegamos fue contundente.
- ¡Qué época, viejo! Salíamos a jugar con la única condición de que volviéramos ante de la noche.
- Y cuano almabamo lo carrito e lulemán y no mandamo cuesta abajo y no hacíamo pelota contla el poste de la lu o algún auto…
- ¡Eso no es nada! Con los cajones de manzana y los palos de escoba imitábamos a John Cannon del Gran Chaparral y los de la casa de enfrente eran los comanches.
- Si no habrán cagado a pedo porque no agarrábamo con lo pendejo de enfrente y no matábamo a toscazo…
- ¡Qué lindo, che! Tomábamos agua en cualquier caño público y del pico de la manguera y ni por las tapas soñábamos con un agua mineral.
- Es cierto. ¡Cómo a cambiado todo, loco! Antes cada dos cuadras teníamos un baldío donde improvisábamos los arcos con piedras o ropas que nos sacábamos y armábamos un picadito. Y ni ahí que importaba si la pelota era de goma o de plástico. Lo mejor que nos podía pasar era ganarle a los de la cantera o los de España al final.
- ¡A esos si que los teníamos de hijo, boludo…!
- Agrego un matiz más a nuestros recuerdos: no existía delicia más sublime y placentera que comer pan con manteca y dulce... Tomar bebidas con azúcar y nunca tuvimos problemas y jamás nos engañaron con el marketing del sobrepeso.
- A vo no te silvió de mucho, chancha, me palece.
La chancha no era el paradigma del buen humor; miró a Panchi y cerró el puño dejando levantado sólo el dedo mayor.
- Y las salidas, loco… Siempre había joda en alguna casa…
- Y siempre el flaco y Gustavo terminaban en pedo; eso si, nunca dejábamos a pata a nadie…Te acordá, Chirola, cuando los metieron en cana a vos y a Pincho y El Pibe vino y los cagó a guachazos mientras los canas miraban y se cagaban a risa.
- Y a vo, Caio, boludo, cuando tus viejos te prohibieron que fuera a lo de la Eva y los amenazaste con irte de tu casa…
- ¡Hacía lindos Petes la puta!
- ¡Qué vida! ¡Pásame un pucho! No mejor, pasáme una seca… ¡Mierda! Me mareó el hijo de puta…Hace rato que no fumo, por eso.
- Siempre es bueno volver…
- ¡Vaya si es bueno!... Te juro que miro el cigarro y no puedo evitar acordarme de las veces que mi abuelo Celio me mandaba a comprar un paquete de Fontanares 12
- ¡Te acordás de eso! Y ese que la propaganda decía: “El que sabe… el que fuma… fuma Clifton” y corríamos a comprar un paquete para impresionar no se a quien…
- ¡Cómo no me voy a acordar! La Mari fumaba de esos…
- ¡La Mali…! ¡Taba güena esa…!
- Si, pero nosotros siempre la mirábamos pasar, nomás, para después matarnos a paja.
- Es verdad. ¡Éramos unos reverendos pajeros!
- ¡Éramos…! Algunos no se olvidan de las mañas…
- Eh, loco! No todos tenemo siemple una mujer celca…
Las carcajadas armonizaron a pleno la canción de la risa.
- Y que va hacer, che. Todo ha cambiado. Nosotros hacíamos el novio como un año para poder garchar con una mina. Ahora si te demoras unas semanitas, te tildan de trolo.
- Es distinta la situación de vida y el contexto histórico al que nos enfrentamos. – no hace falta mencionar quien habla ¿no?- La realidad ahora pasa por la Playstation, el nintendo, los jueguitos en red, los 99 canales de televisión en cable, el sonido surround, el mp3. No teníamos celulares y menos Internet. Sólo teníamos amigos…
- De última, cuando no sabíamos qué hacer, terminábamos en lo doña Cruza jugando a las cartas y con la pobre vieja cocinando para todos y sin reloj de por medio.
- ¡Doña Cruza!
- Las madlugadas que no pasábamo comiendo chichalon con pan caselo y nunca nos abulíamos.
- Nunca. Pero seguro que si hiciéramos un libro y contáramos todas nuestras anécdotas, más de uno dirá que éramos unos aburridos.
- Si. Tal vez; Pero puta que éramos felices…
No se cuanto tiempo más estuvimos recordando y comparando épocas. Sólo se que terminamos como de costumbre: en la casa de la abuela Cruza, comiendo chicharrón con pan casero y el espíritu de la vieja, seguro, cocinando para nosotros.
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