Sólo quiero compartir, con quienes me leen, esta carta de mi mejor amiga, de mi amiga del alma. No tiene que gustarles ni no gustarles, sólo es expresión de sentimientos compartidos que a tantos nos invadieron el domingo aquel...
Querida Amiga:
El domingo mientras me maquillaba y ya vestida como las campesinas canadienses del siglo 18, un compañero del show de Revels me dice: “¿Escuchaste la noticia?”. Yo dije con inocencia “¿de qué hablan?”. Él me responde: "Pinochet murió hace unas horas".
Yo sentí que algo me atravesaba el cuerpo, se me llenaron los ojos de lágrimas (¡mala reacción cuando te estás maquillando!) y sentí un tumulto de emociones encontradas: tristeza, júbilo, rabia… y el alma se me llenó de recuerdos: "Y va a caer.....y va a caer… y va a caer”.
Allí estaba yo, corriendo por la Alameda, escondiéndome de las bombas lacrimógenas… los amigos desaparecidos, los que no pudieron escabullirse, ¿dónde están? La húmeda e incrédula mirada de los padres de mis compañeros torturados, la de mis compañeros asesinados antes de morir… mi tío y padrino al mando militar en el Sur, ¿silencioso responsable de la matanza? ¿Qué fue de él? Mi padre y yo, quemando libros y discos después de Septiembre 11, ¡mis discos de la Violeta, mis libros de filosofía! Las fiestas de “toque a toque”, buenas para los pololeos y para la discusión… pero ¿la censura a la Filosofía...? Escucho a mi madre que grita, " ¡Entrate niñita, no estés tocando la olla que te puede llegar una balacera!"....
Recuerdo a mi hermano, a mi vieja y a mi viejo, tirados todos de ‘guata’ en el living de nuestra casa en Las Gardenias cuatro mil, cubriéndonos con almohadas, mientras afuera las balas de las metralletas silbaban salvajes... y ese rugido del helicóptero que aún muerde mis oídos...
Las copias clandestinas de la casa de Los Espíritus de la Isabel Allende, los tapes piratas de Silvio Rodríguez... Más tarde, los niños con mocos colgando estirando sus manitas sucias por una moneda, “los hijos de Pinochet” les decía yo... el día en que ganamos el Plebiscito y me fui con mi mejor amiga, tú, a celebrar la democracia que viene, el arco iris de la esperanza y del sol... y luego me despido en el aeropuerto... los abrazos, las lágrimas, yo no tengo muy claro por qué me voy, ni qué me espera... pero voy al país de plástico.
Han pasado 17 años, tengo dos hijos, un compañero, una carrera, una vida, trato de hablar inglés, de ser “new age”, pero mi acento del sur siempre me delata, mis hijos se ríen de mí, yo río con ellos, soy del Sur del mundo y nunca dejaré de serlo. Escucho una voz que dice "estamos listos, todos a sus puestos"... y yo me escondo detrás de las pesadas y viejas cortinas del teatro. Tengo que salir a escena y pretender que nada ha pasado… y me pregunto si aquel actor que le dijeron antes de salir a escena, "a tu hijo lo asesinaron. Lo encontraron degollado", ¿habrá sentido lo mismo que yo hoy? ¿Por qué el show debe continuar? No hay respuesta, sólo sentí que estaba en un mundo de mentiras, y que nadie entendería esta mezcla de emociones que se agolpan en mi mente y en mi corazón.
Me arreglé el ridículo sombrerito de campesina, los rulitos falsos, abracé a mi “esposo gringo” de la obra y salí a escena. Y canté por los miles de desaparecidos y los miles de torturados, por los que entendieron y por los que no entenderán nunca que la paz es producto de la justicia, sin ella no es posible el entendimiento humano, y, por ello, no hay excusa para matar al hermano por una ideología.
Vicky
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