Despertó. Intentaba abrir esos grandes cristales llenos de algas para volver a ver el maravilloso mundo,
deseaba que sus pequeños seres siguiesen allí después de su infinita noche. Así fue, sus piernas
comenzaban a romper la ligera crisálida que la protegía del cálido viento, mientras sus hadas la peinaban
el pelo con la delicadeza del que posa sus dedos sobre las alas de una negra mariposa.
La noción del tiempo desaparecía conforme sus manos iban acariciando su cuerpo y sus seres bailaban
descalzos sobre el campo helado de sus pechos. Le gustaba esa sensación, ese sentir de diminutas gotas
cayendo una a una, alternándose, suaves... Logró abrir los ojos por completo y verlas allí de nuevo, dentro
de esa burbuja transparente e irrompible en la cual se había tumbado aquella noche para nunca más volver
a ver el doloroso sol que le cerraba el alma por las mañanas, ese al cual había gritado tantas veces al oído para que se apagase, pero siempre con una delicada sonrisa. Él nunca contestó, sólo se limitaba a mirarla desde su alto trono azul, besándola con la inocencia del que ama por primera vez.
No sabía cuánto tiempo llevaba allí, lo único que recordaba era como había llegado. Cada vez que ese recuerdo volvía a su mente los ágiles seres la socorrían cerrándola los ojos para que el llanto no perforase la tierra. Ellos la habían enseñado a ser feliz, a soñar eternamente.
Todo comenzó una noche de otoño cuando vio como su mitad perecía debido a la sangre sucia que le corría por las venas. Fue una de esas noches en las cuales el mundo gira tan rápido que el estomago no acepta un suspiro. Ella se quito la ropa y comenzó a enfrentarse al gran titán de agua y tierra, intentaba ser más rápida que él, rotaba haciendo que el pelo golpease fuertemente su cara. Lo consiguió, venció al más fuerte cruzando descalza el espejo, rodeada de destellos producidos por los cristales rotos y ahogada por las lágrimas de sangre que corrían por su cuello y que al caer producían un insoportable ruido.
Comenzó a tiritar, el ruido la ponía cada vez más nerviosa, era el mismo sonido que produjo el ácido el día que atravesó sus cuencas oculares, el mismo que sentía cuando el amor la perforaba el corazón y el mismo que sintió cuando el destino la corto por la mitad.
Gritó, pero la voz nunca salía, y cuanto más lo intentaba más vacía se quedaba...lloró durante mucho tiempo sin soltar lágrima alguna, sólo tiritaba, y cada vez más, hasta que perdió los huesos. La vibración de su cuerpo la hizo inerte y convirtió en agua su piel, en el agua más pura que nadie jamás imaginase.
Ya estaba preparada para levantar, y así hizo, comenzó amarrándose el pelo a la cintura para que la cabeza se mantuviese recta y no cayera por culpa de la desidia, levantó los ojos, tenía miedo, no sabía que encontraría al frente, imaginaba un paisaje triste, pero no fue así, pudo ver el paraíso al que tantos habían dedicado poemas, ese con el cual soñaban los estúpidos, donde se encontraban las flores más maravillosas y el cielo más puro. Pero eso no la gustaba, al contrario, producía en ella vómitos de agua. Corrió durante siglos hasta que algo la hizo parar.
Tras pasar rozando las nubes se detuvo y en su cara se esculpió la sonrisa más amable que la vida le había otorgado, y se dejo caer en el suelo partiendo su espalda. Era un paisaje desolador, sólo el mar lo rodeaba, un mar rebelde, oscuro, donde tal vez el mismo diablo no quisiera parar, pero desde allí se veían las estrellas.
Así fue como llego a su lugar, ese que intentamos buscar para ella, pero que logró encontrar sola, en el cual pasaría la eternidad deseando no ser tocada por el soplo del dolor.
Nunca llegue a conocerla de verdad, pero absorbo despacio de ella. Pienso que debería gritarle al sol para que viniese a besarme y me ayudara a levantar su cuerpo. Hace cinco minutos que le encontré en la bañera con un precioso traje rojo y una estrella en la mano. He tenido que cerrar el grifo porque estaba goteando, iba a salirse el agua, espero que no le moleste, creo que no, debe llevar días durmiendo.
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