Las flores de la madrugada murieron.
Mañana fría, con sol. Las brisas negras se van yendo, trayendo resaca. En la parada, alguien camina vestida de celeste y negro. Pienso si habrá querido combinar hasta los guantes. Pienso que qué setido tiene, cuántos pares de guantes tiene, qué piensa, cuantas veces por minuto cree estar perdida.
Silencio mental. Viene el ómnibus.
Alguien me habló una vez de amor. De las guerras a uno mismo también. Y de todo lo demás. Decían que, pase lo que pase, uno no puede desencontrarse con sí mismo. Si mis manos tocan hoy mi cara que miera mis piernas que se apoyan en mis pies... perderse de sí mismo, de la integridad, casi que no se puede. A no ser que me muera.
Supe contradecirlos. No tuvieron respuestas, ni siquiera saben quién soy yo en estos momentos en que siento no ser nada, ni el reflejo que proyecté antes.
Es domingo y no hay mucha gente por las calles. Noto la increíble cantidad de ancianos que hay en la ciudad. Yo voy sola, e iría sola aunque caminara alguien a mi lado.
18, Colonia, Uruguay, Paysandú. ¿Dónde paran los interdepartamentales? En Paysandú y Ejido, mija, como a 5 cuadras de acá.
Llego. No, acá solo paran los que van por 8 de octubre.
En Yaguarón sí. Me siento contra una vidriera, y me siento a mí. Siento que el sol acaricia mi pelo y da suaves cachetadas a mis mejillas heladas. Al lado, la gente pasa. Vive, piensa, siente, habla, se ríe. Todos vuelven hacia algún lugar desde donde partieron. La pareja de ancianos, el niño, su perrito y su padre, la muchacha. ¿Quién los espera? ¿Quiern volver?
Alguna vez leyeron ese cuento de Cotrazar. Ese que leo siempre. El del ladrillo. Y me digo, a veces me digo, que que bueno vivir así. Tanta aventura entre los dedos, tanto bombardeo de cosas al ir a buscar la leche.
No sé que fui a buscar. Lo sagrado de la vida, o lo trivial de los días. Sencillo. Me busqué a mí misma. Y me encontré encerrada, exiliada entre la desconfianza de mis propios hermanos y los brazos abiertos del infierno. Me encontré medio muerta pero siempre viva bajo mis propios miedos.
Tampoco ahora viaja mucha gente. El guarda está de mal humor. Come back home... home, sweet home. Nunca faltó el sweet en la frase, siempre, siempre hay un sweet place to come again. Es la ciudad que me hace verlo todo. Desde la cara de desespero de la gente hasta las mismísimas entrañas de lo que me duele. Todo.
Si te pregunto la hora y creés que voy a pedirte plata, es lo mismo, al final solo estás dando tiempo... qué más compra el dinero sino eso?
Vuelvo... una vez más. Nunca quise no volver. Pero los vientos capitalinos, las cortantes ráfagas de aire, me dijeron lo que esperaba fuera de lo protector de mi casa, que no es mi único mundo.
En Urguay y Arenal grande, minutos después de acomodarme en un asiento junto a la ventana, me acordé de Tangonorrea.
Dolió. Dolió su edificio, subir sus escaleras, que abra la puerta, tocarlo. Dolió el sexo. Dolió la penumbra, el recuerdo, los silencios, los barullos, la distancia, los adioses, los rechazos.
Dolió lo gris de la plaza Matriz, dolió estar perdida como un rope de ciudad que simplemente está de visitante. Mis esquinas, mis plazas, mis bocacalles, mis faroles rotos, mis avenidas.
Timbre. Abre de a poco la puerta. Un salto.Abajo.
Otra vez en casa.
El tango resuena aún. Ya ya casi que deja lugar a Piazzola y no sé porqué, ya casi que me muero si me acuerdo que en alguna habitación sunaba suave uno de sus discos mientras el tiempo se fumaba el humo que largaba la piel de la persona que dejó su piel ahí y nunca más fue a buscarla.
Ya casi que me muero si me doy cuenta que en realidad no había porqué volver. |