En el viejo café de Sam había putas y ladrones. Y un humo denso que pesaba como la pena callejera.

El ambiente no era mío y las teclas del piano no seguían el ritmo de mi gastado corazón.

Desde que había muerto mi mujer de un sobreesfuerzo subiendo la compra escaleras arriba en aquel rancio edificio; mi vida hogareña se fue a la mierda y cuando murió Bob, el pianista, mi tensión no la bajaba ni la fría cerveza.

Los modernos acordes repisoteados con suela de goma, y el distraído nuevo músico, dibujaban una línea discontinua que producía un pasado adelantando al presente.

Imagenes de un ayer.


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