El humo se profundizaba desde la estación de trenes hacia el pueblo. Con los ojos achinados descendió de la máquina para ir al encuentro de su antigua amada. En el andén una muchacha aguardaba solitaria la salida de su tren. Entonces se acercó bajo los latidos presurosos, diciendo: “Penélope, soy tu amor; regresé...” Ella lo observó detrás de sus gafas lectoras sin atisbo de reconocimiento, a la vez que le preguntaba: ¿Penelo qué...?, exigiendo que se fuera. Él intentó una y mil veces hablarle de aquella remota pasión; hasta que a pedido de la dama, dos policías se lo llevaron.
Dicen en el pueblo que era alguien extraviado mentalmente y que en el nosocomio nunca había dejado de inventar nombres extraños relacionados con mujeres y con sexo...

Ana Cecilia. ©