El cuadro

El cuadro de mi antepasado el mariscal presidía la pared central del salón de mi casa, desde siempre.
De niño yo le hablaba y le hacía morisquetas y estaba seguro que el viejo me guiñaba el ojo.
Era una pintura tosca, de colores apagados, que ,según mi madre, poseía un gran valor artístico: el marco .
Eso ya formaba parte de nuestras bromas familiares.
"Lo importante, decíamos, es tener un buen marco. "
Cuando se alquiló la casa nadie quiso tomarlo y lo llevé conmigo a París y lo puse en un pasillo. Mi carrera de diplomático me obligaba a cambiar de residencia a menudo. En Francia el cuadro se cayó de la pared tres veces y los golpes de las caídas magullaron el marco. Cuando viví en Japón el cuadro no se sostuvo más que unos meses en el lugar donde lo había colgado. Cansado ,lo dejé en un ropero ya que no tenía tiempo para los caprichos del antepasado.
En Holanda y en Suecia, sucedió lo mismo. Ya era un punto de honor colgarlo y volverlo a colgar, pero el cuadro siempre ganaba y el marco ganaba en coscorrones.
Volví a mi país con un encargo fijo que no me obligaba a ulteriores cambios de residencia.
Avisados con tiempo los inquilinos de la casa la dejaron libre y la la ocupé nuevamente.Al instalarme en la casa paterna , colgué el cuadro en el lugar donde había estado anteriormente.
Allí se quedó firme y estable .
Yo no creía en las casualidades hasta que este episodio me hizo cambiar de idea.
"Viejo cabezadura, querías volver a casa ¿eh?", le decía provocándolo y él me guiñaba un ojo.