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En un pueblo muy pequeño y alejado de la ciudad, allá en el sur, vivía un niño, se llamaba Luis y sus amigos le decían Cuisito, porque decían que era tan pequeño y asustadizo como un cuis. Y esto era muy cierto, para un niño de ocho años era demasiado miedoso, todo lo atemorizaba, la oscuridad, los árboles, los búhos... todo.
Sus padres ya no sabían que hacer, su papá, un hombre muy rudo y valeroso a veces se sentía avergonzado por su hijo, y no comprendía por qué su hombrecito era tan cobarde, siendo que él era un padre tan valiente y un hijo debe seguir el claro ejemplo de un padre.
En fin, su madre, era una señora que gustaba de conversar con los vecinos después de los quehaceres de la casa, tomaba mate y siempre quería hablar de plantas o a veces de dolores de cintura y precios altos.
Al atardecer, a Cuisito le gustaba ir hasta la mitad del camino por donde llegaba su padre de trabajar. Papá trabaja en una fábrica, pero no se sabía de qué. Luis corría a contarle lo que había hecho en el día.
Todas las tardes, Luis se la pasaba jugando con sus amigos, haciendo sus deberes de la escuela o asustándose por ahí.
Un día, Cuisito cumplió nueve años, “ya era un niño mas grande y valiente”, pensaba ese día su padre, pero el tiempo pasaba, los meses pasaban y todo seguía igual, me atrevo a decir que peor, Luisito era cada vez más asustadizo, más cobarde y más miedoso.
Un día Luis, cumplió sus diez años, “esta vez seguro cambia todo”, se dijo casi en voz alta el papá, mientras su hijo soplaba las velas, pero no hubo caso, pasaron los días y Luis se seguía asustando por las mismas cosas y por muchas más que a los ocho años.
Su padre muy preocupado ya, fue a hablar con la madre de uno de sus amiguitos, y se llevó la sorpresa de su vida, la mamá de Jorgito le dijo que su hijo de once años ya, había empezado a ser exactamente como su cobarde y cuis hijo, señor, igual igual que su hijo el roedor asustadizo, es increíble lo miedoso que se ha vuelto, y eso no es nada, me dijeron que la hija de doña Juana, de doce años ya, niña grande, se esta volviendo cada vez más miedosa.
Papá Cuis, volvió consternado, cabizbajo y pensativo, ¿Como podía ser todo esto? ¿Acaso hay una epidemia de cobardía infantil? ¡Que desastre!
Un día la cosa se puso grave, Luisito ya casi no salía de su habitación, pero así y todo sufría horrores, porque indefectiblemente la noche llegaba todos los días, y con ella, por supuesto la tan espantosa oscuridad, con todos sus ruidos y manotazos atrás de su pequeña espalda de rata. Después de soportar tanto horror junto, finalmente conciliaba el sueño, pero lastimosamente, descubría que ni así podía escapar del miedo, por supuesto, se pasaba la noche junto a las mas terribles pesadillas, llenas de cosas movedizas y sin formas definidas.
Un día, le preguntó a sus amigos si a ellos les estaba pasando lo mismo que a él, unos respondieron que sí, exactamente lo mismo, otros, casi con lágrimas en sus ojos, le respondieron que les pasaba lo mismo y peor, que sentía casi el doble o el triple de miedo que él. Esto no podía ser, había que hacer algo, ¿¡Pero qué!? Si el miedo es algo con lo que se nace, y se lo lleva toda la vida. Pero igualmente, algo había que hacer.
En uno de esos atardeceres en que a Luis le gustaba encontrarse con su padre, decidió salir mucho antes hacia el camino, porque nunca supo donde trabajaba su padre y que hacía allí, nunca quiso contarle, en fin, Cuisito caminó un buen rato, se hizo de noche, y por supuesto, en medio del campo, en la penumbra, sintió muchísimo miedo, parecía que a medida que avanzaba el miedo crecía cada vez más y más, el horros se agigantaba por cada metro caminado. Siguió un trecho muy largo, el miedo seguía creciendo, y su padre no aparecía, “No me importa” pensaba Luis, “Yo quiero saber donde y de qué trabaja Papá” siguió por el oscuro sendero, al terminar una subida, vio algo como una enorme construcción grisácea, unas chimeneas enormes tirando un humo negrísimo y muy lento, era espantosa, nadie andaba alrededor, ni siquiera su padre, ahora el miedo era increíble, nunca había sentido tanto miedo en su vida de rata.
Pero no le importó, continuó hasta llegar al enorme portón de la fábrica, un cartel, oxidado y muy alto decía “Fábrica de...” pero lo que seguía no se podía leer, estaba muy alto. Luis sacó su ultima gota de valor que le quedaba y entró a la fábrica.
Cuando vio lo que había allí adentro, sintió que se desmayaba del terror, que la sangre le mordía las venas, se le congelaba la espalda, sintió que no sabía que tenía tanto miedo adentro de él para sentir, vio cosas horribles, oscuridad por todos lados, enormes búhos que lo miraban como enojados, cosas oscuras y movedizas, sin forma, ruidos extraños por todos lados, cortinas blancas y enormes tapando muebles gigantescos, mucho miedo por todos lados, Luis salió corriendo como nunca iba a correr en su vida, pero se detuvo al pasar el portón con el cartel muy alto.
Buscó un árbol, desde allí se podía leer bien el cartel: “FÁBRICA DE MIEDO”
Como no se iba a estar volviendo cada vez más cobarde, igual que sus amigos, pobres, cuando les cuente, y por supuesto, Papá, como Papá no iba a ser tan valiente.

Leandro Morelli

Texto agregado el 12-12-2006, y leído por 448 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
21-05-2010 Interesante. Lo deja a uno con ganas de saber algo màs: "Exijo una explicaciòn". Està bueno simasima
12-12-2006 Excelente imaginación. theonlyerath
12-12-2006 Exclente la creación del personaje. Es interesante como el miedo del Cuis se siente propio ***** pablokiel
 
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