La amante no plancha camisas: la amante se las quita a su hombre amado y las deja hechas una piltrafa sobre el suelo de la habitación de hotel. Y el hombre amado nunca dice: "joder, reina, ¡mira cómo me has dejado la camisa de Hugo Boss que tanto me costó conseguir!" Tampoco mete calzoncillos en la lavadora, con el consabido riesgo de encontrarse sospechosas manchas marronáceas en ellas. Ni tiende pantalones imposibles, vaqueros inexplicablemente rotos de manera simétrica, ni tiene que escuchar como el maravilloso hombre que le hace el amor con pasión le pide que los cuelgue por la parte del bajo, ¡hay que ver, si te viera mi madre!
La amante no cocina seis días por semana comidas que le repelen, como dos huevos fritos con patatas y chorizo picante ni tiene que ver a su amado chorrear hilos rojos del chorizo en cuestión sobre el mantel que le regaló su suegra y que le provoca un ataque cada vez que lo extiende sobre la mesa. La amante va a restaurantes lujosos, originales, recónditos, sacados de la guía de "lugares con encanto", comparte vino de 30 euros la botella mientras su amor brinda a cada cena "por nosotros" mirándola a los ojos y recordándole lo mucho que la desea. La amante no abre la botella de Don Simón y se la da de mala gana a su querido, mientras éste se sirve a él primero y ni siquiera la mira.
La amante no duerme con un amplificador de ronquidos pegado a su oreja todas las noches. Si acaso, duerme con el dulce ronroneo de su amado una noche al mes y además está tan cansada después de haber follado durante cuatro horas, que ni se entera. La amante se despierta junto a su chico con un "buenos días, mi amor" y un tierno beso en sus labios. Nada que ver con la que no es amante, que se despierta con el estridente ruido del despertador que su chico no oye y tiene que parar ella, eso pasando por encima de él que sigue roncando tan ricamente y que además le espeta un "joder, nena, no toques los cojones de buena mañana".
Una ducha de la amante es un momento de glamour, en que su amado la enjabona por todo el cuerpo, y acaba haciéndole el amor mientras la coloca apoyando sus delicadas manos sobre la pared y contorneando sus caderas para encajarla perfectamente a su pene. La ducha de la no amante empieza con un "¡quieres salir de una puta vez! ¡Voy a llegar tarde al trabajo!" y finaliza con un "¡Joder, ya te has vuelto a pimplar el champú entero!". La amante no recoge pelos de la bañera del hotel (para eso están las camareras de piso), ni limpia con salfumán el retrete, ni pasa la fregona por el suelo del cuarto de baño. No. La amante ve un charquito junto a la ducha y mira a su amante, y los dos se ríen porque les parece un delicioso charco símbolo del ímpetu con el que follaron hace unos minutos.
La amante no va al súper con su amado. Si acaso van un día al Mercado, cogidos de la mano, eligiendo fresas y solomillo para preparar juntos una deliciosa cena acompañada de música de Bach. La que no es amante se pelea con su amado por comprar pescado en lugar de carne, y por encontrar una moneda para el carrito. La que no es amante acaba hasta el gorro de salir a comprar con su pareja mientras que para la amante es una experiencia diferente y llena de glamour.
La amante se depila justo dos días antes de que su amado venga a verla. Y si no tiene tiempo, no importa. A su amor le parecen encantadores esos pelitos saliendo de la línea del bikini. Los lame dulcemente y juguetea con ellos. La no amante, si olvida ir cada dos semanas a embadurnarse de cera y pegar unos cuantos gritos en cada tirón, se encontrará con su amor diciéndole "nena, ¡raaaascaaaas!" y esa semana se quedará sin polvo.
La amante nunca descubrirá a su hombre maravilloso sentado en la taza del water con un periódico. La no amante, tendrá que ir cada día al baño con el ambientador en la mano, por si acaso. A la amante le importa un pepino si la madre de su amor es una bruja insoportable, una pueblerina que la hace comer cocido "¡pa' verte más mocica, hija, que estás mu delgá!" o si es una madre sobreprotectora que la odiará profundamente y le hará la vida imposible. A la amante también le traen sin cuidado los hermanos, los sobrinitos, los vecinos del quinto, el jefe de él, la secretaria de él y sus escotes provocativos, si sale demasiado tarde de trabajar, si entra demasiado pronto, si viaja demasiado o si gana menos que el vecino del sexto.
La amante tiene su casa como le da la real gana, y si le apetece serle infiel a su amor, lo es, y no tiene sentimientos de culpa. La amante duerme a pierna suelta, trabaja en lo que quiere y las únicas críticas que oye de su amante son las referidas a lo exagerado de los gritos en sus orgasmos. La amante no tiene hora de llegada a casa, no pide dinero a nadie, no depende de nadie y no se va de vacaciones al odioso pueblo de 100 habitantes de sus suegros, que es lugar preferido de su amor. No. Con él se va en fines de semana robados a París, a Bruselas, a Amsterdam a fumar porros y a reírse con su amor, a follar a todas horas, a probar nuevas y exóticas comidas, y siempre tiene un "te quiero" para recibir y uno para dar.
La amante nunca se preocupa por si él le será infiel. Sabe que se folla a otra mujer, así que, ¿para qué preocuparse? Es una cornuda orgullosa porque nunca ha sido engañada.
La amante no vestirá de blanco delante de un altar con el amor de su vida. Pero subirá a los altares del cielo cada vez que él, enamorado, huya del lado de su esposa y la abrace como si le fuera la vida en ello. Y sabrá que cada llamada es auténtica, es real, es deseada. Que cada "te amo" le sale del alma. Que cada escapada es una aventura maravillosa. Y sobre todo sabe que aunque él no quiera cambiar de vida, no ha sentido amor más real y menos social que el amor que le demuestra en cada gesto y en cada palabra.
Eso es ser la amante, más o menos.
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