Si estás en mitad de un local abarrotado de gente cuyo aliento podría encender una cerilla con sólo acercarse a ella, incapaz de vislumbrar la punta de tu zapato, ni de diferenciar los sonidos que emite tu compañero y de pronto sientes una fuerte presencia que proviene del otro lado de la barra... es que Claudia acaba de entrar en el local.
No es guapa, ni siquiera atractiva. Tiene una cabellera de esas indefinidas, que no sabrías decir si es morena, castaña, rubia oscura o pelirroja, ni si es rizada, lisa, ondulada o desfilada. Su nariz no deja nunca indiferente, por grande, delgada y aguileña. Ojos juntos pequeños, oscuros, enmarcados en pobladas cejas que en su vida conocieron unas pinzas. Algo gruesa en la parte superior de su cuerpo, pero delgada como un pollo de cintura para abajo. Pero Claudia es Claudia. Su presencia y carisma lo invade todo. Su personalidad arrolladora, firme, a veces incontrolada, te arrastra sin remedio. Por muy hermosa que seas, por muy inteligente que parezcas, por muy ocurrente que estés, si Claudia está junto a ti, nadie se percatará de tu presencia. Ella se lo come todo.
Claudia se casó bien casada. Piso de 250 m2 cuadrados en el centro de la ciudad. Muebles hechos a medida. Parquet natural. Marido salido de una revista de prensa rosa, rico hasta la cejas, Director General en una empresa de telecomunicaciones, contribuyente activo del PP, miembro honorario en todos los Clubs de Poderosos que os podáis imaginar, y apenas 32 años. Así que Claudia siembra su personalidad a base de vestidos de Victorio y Luccino, Chanel, Versace, en cenas honoríficas nadie sabe en honor a qué, codeándose con la insoportable Jet Set, hablándote de Anita, Piluca, Lulita, Pitita, Ritita y muchas "itas" más.
Pero a Claudia le gusta más follar que a un tonto un lápiz, así que de tanto en tanto desenfunda sus vaqueros de todo a cien, llama a Ana cuyos fines de semana se dividen en amantes ocasionales y aburridas noches sola en casa, y se la lleva a ligar por los bajos mundos.
Hasta que llega el día en que Claudia se enamora del comercial de una empresa de seguros, EGB como título de cabecera, lector asiduo de folletos publicitarios, reenviador compulsivo de e-mails que no se atreve a comentar por no poner en evidencia sus innumerables faltas ortográficas, pantalón marca-paquete y camisetas de mercadillo. Se enamora locamente de quien la quiere sin regalos, sin cenas suntuosas, quien la lleva a la tasca de la esquina ilusionado por presentarle a su amigo Paco, el "camareta", quien la llama desde el fijo porque no sabe usar el móvil, o la lleva a un campeonato de tunning para enseñarla orgullosa junto a su Ford Fiesta maqueado.
Y lo deja todo. Pide la separación y se instala con Míster Seguros Llama a su puerta en un pisito en la barriada que ni siquiera sabía que existía, para hacer el amor noche sí y noche también y ser, por primera vez en su vida, feliz.
Pero dos meses más tarde, llama llorando a mi puerta para anunciarme que vuelve con su marido. Pienso que su caballero asegurador la ha dejado en la estacada y me entristezco. No. No la ha dejado... es que se la ha muerto la pasión, me cuenta.
- ¿Muerto? ¡Claudia! ¡No te había visto tan enamorada jamás! ¿Qué coño me estás contando ahora?
- Es el morbo, Ana, el morbo del poder. Quiero volver a estar allí arriba, follarme a ese poder, manejarlo y manipularlo como me venga en gana.
Han pasado dos años desde aquello, y de momento Claudia sigue paseando su palmito por la Jet Set y follándose a su Poder. Aunque se escapa de vez en cuando conmigo a la más humana realidad, no ha vuelto a vibrar como en aquella corta etapa de dos meses.
Y eso me hace pensar... ¿Cómo me siento yo respecto a mi amante y su inherente posición profesional? ¿Me deslumbran sus cinco idiomas, sus reuniones trascendentales, su presencia en Juntas de Accionistas que a veces incluso leo en prensa o veo en televisión? ¿Soy capaz de amarle despojado de ese halo de poder y dinero? ¿Podría instalarme con él en un pisito de 40 m2 con un televisor en blanco y negro, acompañándole a competiciones de tunning, yendo a Benidorm por vacaciones? ¿No es también su título en la tarjeta de visita que me enseñó ya el primer día, el saber que siempre acabamos en hoteles de cinco estrellas con cava y jamón cinco jotas, los restaurantes a los que me invita en dónde un somellier me explica los aromas del vino de 120 euros que tomaremos, parte de mi pasión hacia él?
La respuesta, al menos para mí, es sencilla. Al contrario que Claudia, jamás he podido compartir su poder con nadie. Es un secreto prohibido y cómplice, del que no puedo hacer gala, del que no puedo pavonearme, del que sólo puedo sentirme orgullosa por ser una parte más del hombre al que amo.
Ya lo dijo Claudia una vez:
- Follarse al Poder está bien. Pero explicárselo a los demás, es mejor que un orgasmo.
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