Entró en la habitación casi sin hacer ruido. Buscó con la mirada la silueta de ella bajo las mantas de la cama. Pudo distinguir su cuerpo doblado hacia la derecha y pudo saborear la tibieza de sus muslos descansados. Aguzó el oído para sentir esa respiración acompasada del sueño tranquilo y contempló con gran esfuerzo el subir y el bajar de su pecho rosado.
Se quitó la ropa y se acostó a su lado lo más suavemente posible. Respiró hondo y vislumbró el perfil de aquella mujer, su compañera por largos años y sonrió somnoliento. No le extrañó que no lo hubiese esperado, tampoco le extrañó su dormir reposado, hace tiempo que ella se resignó a no esperarlo. No podía saber la hora en que él llegaría. A veces, llegaba temprano y alcanzaba a hablarle algo, otras llegaba muy de madrugada y sólo recibía un largo bostezo, pero generalmente llegaba para verla soñar.
Eso era lo que más le gustaba a él. Verla soñar. Percibía los cambios en su respiración, notaba los movimientos oculares y se fijaba en los leves movimientos de los dedos. De acuerdo a eso sabía con exactitud que clase de sueño estaba teniendo. Si era para preocuparse o para dejarla disfrutar. Normalmente eran sueños bonitos que hasta la hacían reír entre dientes. No como en los primeros días, cuando apenas podía cerrar los ojos y las muecas de desesperación se quedaban petrificadas hasta el amanecer. Sólo las pastillas la ayudaban a respirar por las noches.
Él la miraba siempre, incansable. Tenía todo el tiempo y nunca llegaba a aburrirse. Jugaba a adivinar los sueños y pesadillas y se tentaba siempre de entrar en ellos. Cerraba sus ojos e intentaba concentrarse con todas sus fuerzas en el ritmo de exhalación de ella, ponía su cara con la misma expresión y repetía las inspiraciones. Luego se decía –ella está soñando con el mar- y en su mente formaba una imagen marina y retomaba fuerzas para entrar en el sueño de ella y cuando creía que lo lograba ella cambiaba de posición y de sueño.
Hace cuatrocientas veinte y tres noches que intentaba hacer lo mismo y nunca lo había logrado. Nunca hasta hoy.
Después de meterse bajo la colcha y sentir la tibieza de su cuerpo, él se concentró en el rostro de ella. La miró fijamente por varios minutos y memorizó cada uno de sus rasgos. Ella estaba tranquila, parecía que no estaba soñando, pero por la hora era imposible que no lo hiciera. Se obligó a esforzarse más, tenía el presentimiento que hoy podría entrar en sus sueños. Ella parecía dibujar la intención de una sonrisa y entonces él cerró los ojos intentando esa mueca risueña. Contó los tiempos de la respiración de su compañera y empezó a imitarlos. Al cabo de un tiempo logró seguirlos. Bien –se dijo- ahora sólo debo imaginar lo mismo que ella.
Estaba oscuro, había una cama y dos personas se miraban asombradas.
- Óscar, que bueno que ya llegaste, me tenías preocupada.
-Hola Marta, pero ya estoy aquí, como siempre te dije que estaría.
- es cierto, pero casi siempre me duermo antes que llegues. Hace tanto tiempo que no llegas temprano ¿por qué?
- Las obligaciones, mi cielo. Pero estoy justo en el momento en el que sueñas y me gusta verte soñar.
- Ahora estoy soñando, contigo. Hace tiempo que no soñaba contigo.
- Yo siempre sueño contigo desde aquel día.
- Ah, entonces yo también soñaré siempre contigo.
En la siguiente noche él llegó despacio, feliz porque ya sabía como entrar en los sueños de ella...pero ella no estaba en la cama. Él se extrañó, eso nunca había ocurrido. Ella siempre lo esperaba dormida. Miró y remiró la habitación y ni rastros de Marta. Le habrá sucedido algo, se preguntó; desde las sombras una voz conocida le contestó risueña. -Sí, ya sucedió ¿Quieres venir a la cama conmigo?
- Claro que sí.
- Buenas noches, Óscar.
- Buenas noches Marta.
Patra |