Un Encuentro en Valparaíso
Un anciano mendigo está tendido con su mano extendida a la entrada de un viejo y abandonado almacén. Sus piernas están aún cubiertas por papeles de periódicos, acusando los castigos de una fría noche de invierno porteño.
Un hombre moderno, traje y corbata, camina como todos los lunes a realizar sus trámites al banco. No le gustan las esperas, desea llegar primero y por eso se levanta temprano. Su camino se cruza con el mendigo, su primera reacción es atravesar a la vereda de enfrente, pero eso le robaría segundos valiosos. Se pregunta si había visto antes a ese mendigo, no lo recuerda, se parecen tanto, todos visten el mismo color de ropa y tienen el mismo color de piel.
***
Miré sus ojos, y comprendí qué lo había llevado a ese estado. Una vida llena de tormentos, una familia que exigía cosas que él no podía entregarles, un mundo moderno para cuyo ritmo él no estaba preparado. Sus ojos eran tristes, no sólo estaban tristes, estaban hechos de tristeza, muchos sueños quedaron delatados en esos ojos, sueños nunca realizados, sueños sin esperanza alguna de ser cumplidos. Sentí una inmensa pena por aquél hombre vacío, pensé cómo podía ayudarlo y me percaté que no tenía nada que entregarle, al menos le quitaría un problema. Quité mi mano de su vista, la que antes estaba extendida, y la escondí bajo los periódicos, al menos no le agregaría este día la desdicha de haber dejado a un mendigo sin su limosna.
Jota |