La vida nos da sorpresas, sorpresas nos da la vida.
Nada fácil la llegada de la primavera, los que logran pasar las rejas del otoño y prestos a buscar ese calorcito que se guarda en la memoria, se entorpece por aquello que viene, y sin pedir permiso, y que solo te das cuenta cuando ya intentas, como ayer, saltar el charco sin mojar la bastilla de tus pantalones, pero no, quedas en medio de la posa, y las salpicaduras, una a una te van diciendo que ya no eres el joven que corría detrás de la micro y lograbas la manilla en un dos por tres, o de pronto, y sin darte cuenta, en la oficina ya no eres Javier, si no, don Javier, jefe de archivos, con tres subordinados a tu cargo, mas dos secretarias nuevas, de esas que se contratan por Internet, y claro, si de pronto entras en razón, hace 15 años que vienes cambiando el auto y que no caminabas e intentabas saltar los charcos desde cuando egresaste de la universidad, cuando todavía se escuchaban los bocinazos del triunfo del No. Diecisiete años, un matrimonio mal avenido y siempre recordando que era hora de volver a jugar todos los días, como lo hacías cuando estabas en la universidad, o cuando te convencieron que el gimnasio era un buen espacio para botar las tensiones y conocer esas mamitas de las que tanto se hablaba -y que por esas cosas de la vida nunca lograste conocer, como lo hacia el dueño del café o el gerente de la bencinera. No, a ti siempre te tocó la zanahoria del picle, cuando terminado el semestre se venía la comida de camaradería y se contrataban aquellas visitadoras que los colocaban al día en las nuevas formas de dar placer, y que con tantas ganas aguardabas cada final de semestre, pues ahí no había que negociar nada, solo llegaban, las tomaban y claro las chicas elegían a los con más panzas -pues era sinónimo de mejores propinas- y no es que no tuvieras panza, si no que era tu miedo al escándalo público, de sentir toda la presión del equipo de baby football que te guardabas atrás. Tomabas la que quedaba sin parejas pues siempre te sentiste de bajo perfil, pero la verdad hasta eso te aburría, después de todo, algo que no alcanzabas a comprender venia sucediéndote y no lograbas descifrar. Ya no te escandalizaba los gastos sobredimensionados de las tarjetas de créditos, que bien sabía usar tu mujer, ni las malas notas de tu hijo, ni aquel pelafustán con los pantalones abajo y los pelos parados, que para más remate te decía tío, y que pretendía a tu hija regalona, ni siquiera te molestaba que hayan cambiado la teleserie de las diez, que tanto te gustaba por que te sacaba de lo cotidiano del día, pero que era lo nuevo, lo que no te dejaba dormir tranquilo?.-
Si, la respuesta era que ya no amabas a tu mujer?, ... no, hace rato que esa relación venía muerta y la rutina de ver a los hijos crecer sin traumas había sido la solución. El no haber sido capaz de dejar ese trabajo que tanto alardeaste en la universidad que jamás aceptarías, un trabajo que no te dejara soñar, pero que cuando te ofrecieron esa posibilidad cierta de estabilidad y sueldo seguro, pensaste en el segundo embarazo de tu mujer y renunciaste a cualquier posibilidad de incertidumbre. Tampoco era las y tantas mujeres que escucharon tu dolor de hombre incomprendido y te hacían volar segundos pasajeros en los moteles que quedaban a la salida de la ciudad, no estaba ahí la explicación. Sería que ya ibas entrando a los cincuenta años y mirabas para atrás y tu vida, que había sido?. Nada de lo que habías soñado y que tanto reprochaste a tu padre por ser un burgués arruinado, más nada, no estaba ahí tu cuestionamiento, pero, decir la verdad y decírtela a ti mismo no hace mal, si no por el contrario te ayuda a darle sentido a los años que te quedan de vida. Aunque no lo quieras reconocer, tu estado somnoliento y de no ganas, te había venido desde cuando creíste haberte enamorado de esa mujer que en algún minuto calificaste de casi perfecta. Que habías dejado de ver cuando egresaste de la universidad y que por cosas del destino te habías cruzado con ella en ese viaje a México, donde tu ibas a un seminario y ella a descansar en las playas del pacífico, y tu con esa fuerza que colocabas para explayar tus mejores argumentos la convenciste para que no fuera a la costa si no que te acompañara al D.F. dos días y después perderse en las tierras de Guanajuato, allá en San Miguel de Allendes y claro, el seminario fue mas corto de lo que habías pensado y juntos volaron al interior de México donde nada y nadie podía volverles a la monótona realidad. Ahí recuperaste parte de ese pasado donde sí tenía sentido la vida, por que no sólo estudiabas si no eras parte de los miles que construían, sin permiso, la arquitectura que diera fin a tantos años de dictadura. Eso fue lo que te enamoró de aquella mujer frágil y decidida, pero que no fuiste capaz de entender cuando ella te señaló que debía salir de la ciudad y tú en tu egoísmo enfermizo lo apreciaste como una despedida, y ya dejaste de pensar en el futuro de todos, tomaste lo que estaba a la mano, lo que era políticamente correcto, quedarte con la vecina, la que te esperaba cuando llegabas de la universidad, casarte y los hijos fueron un todo, y tu vida fue la monotonía de una transición a la nada.
Pero ahora, todo cobraba brillo y desde policía internacional, cuando la divisaste, todo se encendía y volvías hacer aquel convincente, capaz de hacer caminar las piedras, ella te escuchaba sin decir nada, te daba la seguridad que no solo de recuerdos se iba haciendo la vida, si no ella igual que tu, iban tejiendo y abriéndose a un nuevo futuro.
Pero los años no pasan en vano, y aquel muchacho que despertaba la envidia de aquellos adolescentes setenteros, no solo por tu capacidad de enamorar, si no por los comentarios que corrían en las mujeres que habían recibido de tus favores, ya no quedaba ni la sombra. Fue esa luz roja que titilaba en tus ojos y que te conectaban con la vida, el único recuerdo que asociabas era el consejo que te habían dado, en el descanso de la pichanga de los lunes, que la pastilla azul hacia caminar a los muertos, claro, la advertencia que no era recomendable para los hipertensos no la alcanzaste escuchar, a la distancia el griterío de las mucamas y el conserje, la camilla y el órale guey que de paso se escuchaban, y a lo lejos, turista chileno, fallece por uso indebido de viagra.
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