Escrito en Agosto de 2004...como simple fantasía. Hoy es una realidad, triste para algunos (los menos) y de alegría para otros. Que se muera un ser humano, es lamentable, que se muera Pinochet, es otra cosa...
El dictador había muerto. A los 108 años, su gastado corazón dejó de latir cuando nadie lo esperaba, puesto que el antipatriarca rebosaba una sanidad, aparente o real, que enardecía a quienes sólo esperaban la noticia de su deceso para encender sus fuegos de artificio. Efectivamente, en cuanto el canal nacional suspendió la telenovela de turno para que un locutor, aparentando una gravedad que todos sabían que era fingida, anunció el “sensible fallecimiento” del ex militar, ex golpista, ex presidente, ex presidiario y ex fraudulento personaje, todas las poblaciones salieron a la calle vitoreando dicha defunción. Hombres y mujeres, niños y ancianos, se disfrazaron, se pintaron el rostro, se desnudaron y corrieron alborozados por esas alamedas simbólicas trazadas por sus pasos fragorosos. ¡Libres! ¡Libres al fin! lo cual también era una simple alegoría puesto que la democracia, ese estandarte que se le entrega al pueblo para que pueda denostar contra casi todo aquello que le esclaviza, había sentado sus opulentas posaderas hacía más de una década. Aún así, la presencia de ese detestable personaje que había sido amo y señor del país durante casi veinte años, representaba para todos los seres sensibles una especie de injuria imposible de digerir.
Por supuesto que en el otro bando, el de los acaudalados que no sufrieron mermas y muy por el contrario, consiguieron suculentos dividendos durante la cruenta gestión, los rostros de esos políticos, empresarios, jet set criollo y hasta personajes de la farándula, aparecían desencajados en los medios de comunicación; se hablaba de una estatua que se levantaría en su honor en la Plaza de Armas, matizada con diversos colores para disimular los inminentes pintarrajeos de sus detractores. Además organizaron una misa en la catedral para agradecerle al ex jerarca haber conservado sus privilegios y aún más, haberlos multiplicado de manera directamente proporcional al sufrimiento del pueblo. Claro que esa misma gratitud interesada se fue diluyendo en el tiempo, cuando estos camaleones, los mismos que azuzaban a las fuerzas armadas para que destruyeran a “toda esa clase despreciable que sólo desea que el comunismo se entronice en nuestra soberana república”, ahora querían profitar de ese grupo social, disfrazándose de blancas palomas en pro de los nunca bien ponderados imperativos electorales.
De este modo, mientras en un sector se gestaba un carnaval que crecía a cada momento y que amenazaba con desbordarse para durar semanas enteras, en el otro se programaba un imponente sepelio e importantes personajes del concierto internacional llegarían al país para asistir a dicha ceremonia. Emotivos insertos de prensa y especiales de televisión para recordar la figura señera del caudillo, todo tipo de foros, homenajes diversos y cuanta vomitiva acción se les vino al cerebro un tanto somnoliento de aquellos opulentos señores, sacudieron aún más este revolucionado ambiente. Partidarios y rivales del general se informaban de los dramáticos sucesos ocurridos en la mansión del difunto y el Gobierno, por su parte y pese a que estaba en la vereda opuesta, decretó un ampuloso duelo oficial, las banderas flamearon a media asta y las campanas doblaron por inercia más que por un sentimiento auténtico. Las emisoras morigeraron su programación y los corales, las sinfonías y las sonatas reemplazaron al cumbiancheo habitual, a la chimuchina y al estrépito de la música juvenil. Eso no fue un obstáculo puesto que los compact disc, los digitales celestes y toda la parafernalia tecnológica, fueron puestos al servicio de esa algarabía que necesitaba manifestarse en espasmos de locura, orgía desenfrenada y el tráfico espirituoso que anegaría los cerebros enfervorizados, en una tardía reivindicación libertaria.
Dos semanas de jolgorio por una parte y de solemnidad por la otra, banderas flameando al viento, pregonando la buena nueva y la misma enseña aleteando a media asta en los lujosos palacetes de los seguidores y en los edificios públicos, un opulento féretro colocado en el centro de la sala de eventos de la Academia Militar, ribeteado por centenares de seres acongojados que veían como se extinguía una gloria, se acababa una etapa histórica, moría un héroe y nacía la leyenda. En los extramuros de la ciudad se bailaba, se comía y se tomaba durante todo el santo día, se organizaron concursos de belleza para elegir a miss Libertad, los rapaces se paseaban disfrazados de militares arrastrando un ataúd de cartón, los ancianos, encorbatados para la ocasión, brindaban por la alegría de haber sobrevivido al carcamal y hasta el aire parecía más respirable pese a la polvareda que se levantaba por el multitudinario desenfreno popular.
-Es una extraña enfermedad, una muy particular variedad de catalepsia- dijo el facultativo frente a las cámaras de televisión que lo nimbaban y las grabadoras de los reporteros de los diferentes medios de comunicación que amenazaban con introducirse en su boca.
–Afortunadamente, el sepelio no se produjo en el lapso establecido, lo que permitió que nuestro general volviera en sí rodeado de los suyos y no en la fría tumba en donde nada hubiéramos podido hacer por él. El estado suyo es satisfactorio y esperamos que evolucione bien para que dentro de algunos días regrese con su familia.
Esta vez los vitores cambiaron de lugar, de las humildes residencias se trasladaron a las lujosas viviendas del barrio elegante, las banderas que estaban a media asta treparon jubilosas por sus mástiles para flamear ufanas sobre esos cielos despejados y las que tremolaban al viento en medio de sones carnavalescos, fueron arriadas oprobiosamente de sus cimas para quedar tendidas como ropa sucia sobre los tejados. El whisky reemplazó a las piscolas y las sedas importadas a la ropa de segunda mano proveniente de Europa. Los recalcitrantes y añosos seguidores del general desfilaron alborozados por el centro de la ciudad mientras que sus proletarios pares se desembarazaron de sus coloridos corbatines, ya con la plena certeza que morirían antes de aquel que con tanta persistencia se aferraba a la vida, maleza perenne que al parecer estaba condenada a sepultar los tiempos como si fuese una maldición bíblica…
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