Eran dos. Pero sin embargo, juntos, nunca fuimos más de dos. Tampoco menos.

Es algo extraño y difícil de comprender para la física. Puesto que había dos y se agregó uno, pero no quedaron tres, sino dos.

Dos que quisieron ser uno. Pero el tiempo sentenció que sólo fuimos dos.

Así ha de quedar. Tres, dos. Solos. Transitando direcciones diferentes. Lejos entre sí, pero estando en sí.

Y allá iremos. Con nuestra humana condición. De tensiones liberadas, reducciones totalizantes. De búsquedas. De posibilidades.

Esa condición en la que ocasionalmente parece imperarnos el dios de lo que cambia o perdura. Y por él celebramos nuestras cronias (cada fin de año… cada diez días… ¿quién sabrá?).

En él intentamos observar el orden del tránsito lento por el que las cosas cambian. El devenir pausado e interminable del transcurrir de la Eternidad.

Para decirlo con la medida humana (de la vida humana), el transcurrir de la Perpetuidad.

Y ahora sí, todo está más claro. "¡Vemos…!" Exclamó la Razón.(¿?)

... en medio de la penumbra.

Acaso esto sea lo que nos alivie a los tres... Perdón, a los dos.

O puede ser lo que nos agobie.

¿Podremos perdonar por eso?

¿Seremos perdonados por eso?

Dijo el Pensador – Poeta: “navegante solitario en bajel quebradizo”.