De repente todo se tornó oscuro. Los ruidos desaparecieron, en realidad, fueron reemplazados por llantos, llantos demasiado tristes para un espíritu tan puro.
Jamás se lo perdonaría en su vida... si esas horas que corrían una tras otra por inercia se podían llamar vida.
Sentía mucha culpa, más de la que debería, aunque esta vez la confusión inundaba su mente y era incapaz de definir todos sus sentimientos.
El error fue haber dejado que llevaran su ingenuo cuerpo hasta aquellas inmensas puertas, que giraran sus manijas y lo subieran, como si careciera de voluntad propia, por aquella tenebrosa escalera que parecía no terminar nunca, pero que lamentablemente si tenía un fin. El piso 15, la habitación 8, la señora Dora... era casi imposible olvidar una mirada tan ciega, tan cruda, tan insensible, tan asquerosamente nauseabunda que los ojos propios intentaban esquivarle.
Pero Dora no era quién había tomado la decisión.
Era de esperarse, las tontas creencias de la sociedad, el falso poder que algunos creen tener sobre otros, lo lamentable de la humanidad, ese deseo de algunos por controlar la vida de otros.
Y lo que provocó el profundo dolor que hoy sufría fue su ilusión, ese sueño despierto, el imaginar como sería todo después de ese instante. Dicen los que saben, que la expectativa va de la mano de la desilusión. Y tal vez había imaginado más de lo necesario, tal vez ya estaba viviendo en un futuro... y se estaba alimentando de éste.
Pero mágicamente si uno miraba desde lejos, como yo desde el banco de esta plaza, tal vez nunca lo notaría. Debe ser que entre la gente no se distinguen las historias, debe ser que la multitud aplasta al individuo. Sin embargo mi intuición nunca me falla. Y observarla mientras miraba cariñosamente su ropita en una vidriera del barrio, junto a sus lagrimas rodando por su cara, fue suficiente para darme cuenta de todo lo que pasaba en ese momento y de todo lo que pasaría después.