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Pasó varias veces. Unas en casa, otras en casas de amigos. Después de noches largas y de otras muy cortas. Realmente pasó tantas veces que ya perdí la cuenta. Lo inolvidable es el rostro de aquella figura que bajaba por la escalera mientras yo lo miraba por la ventana, incapaz de realizar cualquier movimiento, sin fuerzas para reaccionar, sin poder siquiera gritar.
Busqué por muchos lados su significado, algunos me dijeron que tenía que ver con mi miedo a los cambios y a relacionarme; otros que tenía que ver con algún hecho sucedido en mi niñez. Pero nunca me sentí identificado con nada de lo que todos dijeron.
Llegó un punto en el que casi no podía dormir. Su mirada detrás de aquella mascara me aterraba. Despertaba transpirado, apenas intentando un leve sonido que muy lejos estaba de parecerse al grito que necesitaba soltar en aquel momento; a veces llorando. Pero nunca lograba superarlo.
Intenté con la luz prendida, con la radio, el televisor, varios despertadores con alarmas en distintos momentos. Pero era imposible dormir, aunque tampoco era posible dormir.
La situación se tornó insostenible. Apenas se cerraban mis párpados él aparecía.
El psicólogo me aconsejó que probara. Un día lo hice, me animé.
El bajaba como siempre de la escalera, vestido de negro, con una mascara horrible sobre su rostro que sólo dejaba ver naturalmente sus ojos. Yo temblaba de miedo, mi corazón casi no latía o tal vez lo hacía demasiado rápido. Me acerqué aún mas a la ventana. Y luego me dirigí a la puerta. El todavía no llegaba. Nos encontramos de frente en el tercer escalón. Creí que moriría en aquél mismo instante, y ya a la altura de la situación tomé coraje y le quité la mascara. Ahora ya no me daba tanto miedo; el rostro me resultaba demasiado conocido...
Era mi abuelo, la última vez que lo había visto tenía seis años. Luego él murió.
Algunos dicen que me volví un poco o bastante loco. Por supuesto yo no lo veo de ese modo.
La cuestión es que tuvimos una larga charla que en esta ocasión no puedo contarte, pero que en fin, me pido que lo visite.
Existen los que creen y existen los que no.
Al día siguiente me dirigí a su tumba según habíamos acordado. Y ese mismo día no llegué a destino, o sí. En la puerta del cementerio había una mujer, parada esperando el colectivo, vestida de azul con un pequeño dando vueltas a su alrededor. Esa mujer había sido mi novia por mucho tiempo y yo sentía que lo seguía siendo. Hacía mas de siete años que nos habíamos separado, mejor dicho, nos habían separado. Una situación muy particular, problemas familiares, mezclados con política y poder que cancelaron nuestro sueño de unirnos y lo reemplazaron por una inmensa distancia física. Un día me levanté y la perdí. La busqué por todos lados y jamás la encontré. Ilógico, incoherente, demasiado extraño para comprenderlo.
Todo lo que sucedió aquél día fue sinceramente muy largo y mi felicidad verdaderamente inexplicable. Casi increíble.
Me acosté con la idea de volver al cementerio al día siguiente. Pero antes de despertar lo vi subiendo la escalera y saludándome tiernamente.

Texto agregado el 10-12-2006, y leído por 115 visitantes. (0 votos)


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