EL ENCUENTRO
Allí estaban, en la calle San Martín, la más larga de Sudamérica dicen los entendidos.
Ellos caminaban hacia el sur y yo con una amiga hacia el norte por esas anchas veredas. Nos enfrentamos y lo único que salió de mi garganta fue… “esto es histórico”, lo dije una y otra vez, creo que para congelar ese momento.
Ella no me reconoció hasta que no le dije quien era.
-Mamá no te das cuenta quién es repetía insistentemente su hija.-, atrás de ellas, él me miraba con una mirada afectiva que demostraba reconocerme pese a los años, a las arrugas y al cambio que dejan veinte años transcurridos.
Nos dejamos de ver en 1984, ellos ocupaban un lugar importante en mi vida. Llegaron al pueblo recién casados, con dos flamantes títulos universitarios y cómo tantos jóvenes que se iban de la ciudad, con muchas ganas de progresar. Se acercaron a mi familia como casi todos los que recién llegaban y yo era la integrante menor. Fueron esos tíos jóvenes, amorosos, comprensivos que disfruté en mi infancia y qué, entre otras cosas permitieron que conociera Río de Janeiro en mi adolescencia.
Habían cruzado la Argentina de este a oeste y no precisamente para verme pero las circunstancias lo quisieron así.
En esos minutos que compartimos les pregunté por el resto de la gente amiga, por la nueva integrante de su familia. No dejábamos de mirarnos intentando sacar el amor que uno guarda celosamente y que se percibe como un cosquilleo en el estómago.
Ellos estaban de paseo y tenían apuro por seguir. No compartimos un café, sólo besos, abrazos y un chau, ni siquiera un hasta pronto.
Seguí caminando por la vereda ancha de la calle San Martín comentando el encuentro con mi amiga…¡qué emoción!... ¿Cuántos años han pasado?... .
Nos sentamos en un café y nuestra charla volvió a lo cotidiano, el momento mágico había terminado… De eso se tratan los encuentros.
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