De todas las felicidades que lentamente me abandonan, el sueño es de las más preciosas y también de las más comunes. Un hombre que duerme poco y mal tiene tiempo para pensar, meditar sobre esa sensualidad particular. Asigno al sueño más perfecto la necesidad de anexarlo con el amor: reposo absoluto proyectado en dos cuerpos. Lo que interesa del sueño es el misterio específico del sueño mismo, la sumersión inevitable de un cuerpo desnudo abandonado a la quimera de las sábanas, sólo y desarmado frente a un océano donde todo cambia; el flujo y el reflujo de as aguas, los colores y las formas que nunca llegan a ser iguales, sólo una vez eternamente y donde nos encontramos íntimamente con nosotros. Tal vez se parezca a la muerte. Pero lo que nos tranquiliza de los sueños es que siempre volvemos a salir de él. He preferido sospechar que el placer del sueño radica en dejar de ser, duramente interminables momentos, dejar de ser lo que creemos ser para interpretar una epopeya diferente, una tragedia diferente, donde somos libres de nuestros habituales guiones y convenciones. Protagonizar una existencia paralela y tal vez perfecta. Alguien me confesó que mientras sueña se encuentra en el único espacio donde se siente verdaderamente libre. Lamenta, luego, el efecto deficiente de la memoria, que sólo rescata un puñadito de piedras de las grandes murallas que allí se construyen. El mundo no es menos caótico que nuestros sueños, sólo que aquí, en el mundo real, ahora, ocultamos el caos y el desorden con el pacto que debemos establecer para hacer más organizada la convivencia. El mundo, entonces, parece menos enredado. En el sueño no tengo reglas, libero con satisfacción lo que camuflo durante el día. Siento que el mundo pierde importancia mientras duermo. Mi cuerpo descansa y mi mente, verdaderamente libre inicia su emancipación, realiza su mejor trabajo. Sólo un elemento me llevo de la realidad: la almohada, con quien tengo un contacto íntimo y fiel cada noche. Como un fantasma, como un ángel con infinitas alas, me desdoblo, vivo otras vidas. Vivo, en definitiva, mis mejores vidas.
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