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Desde mis días en un potrero sobre la Occidental. Cuando con mi tío pateábamos un balón medio desinflado y destartalado de tantas veces ser aplastado por un carro. Todo sudoroso y corriendo por la veinteava vez para alcanzar un pase a profundidad proyectado al arco marcado con camisetas, relojes, pantalones deportivos y todo lo que no te sirve en la cancha. Desde mis aventuras en una escuela de elite académica y de pobreza física cuando nuestro equipo era constantemente derrotado 16 a 0 por las escuelas del Sur sin importar las quejas de nuestros importantes padres de familia. A los del Sur les valía mierda. Oh…..las excusas que nuestros papás nos daban. “es que ellos pasan todo el día en la calle pateando un balón en vez de estudiar”. Ahí fue cuando entendí que probablemente los del Sur tenían una vida mucho mas divertida que nosotros. Pero esas derrotas si que herían nuestro sobreprotegido ego del norte. Habían tres jugadores estelares en el equipo. El Mauricio, el Cristian Vega y yo. Ahhh.. y por supuesto el Ivis por el cual todas las chicas morían – pero era mas pinta que juego. Sin ofensas Ivis. Pero que hacen dos o tres contra a diez magníficamente entrenadas figuras del fútbol callejero.

Desde esos días a este en que he retomado el deporte de multitudes. Que satisfacción ponerse los pupos y entrar corriendo a la cancha de juego. Un par de toques errados y tres corridas que me dejaron sin aliento marcaron mis primeros diez minutos en la cancha. Pero la fiebre de la copa pudo más y mi cuerpo finalmente decidió retornar a los buenos pases, los taquitos y las combas. Lo que si recuerdo es la facilidad con la que mi mente repetía los movimientos para llevarme la bola y dar un pase perfecto y la emoción de marcar un gol y de llevártele por las galletas al mejor defensa.

Este es un tributo a aquellos que jugadores de la calle que destruyeron mi inhibición y permitieron mi entrada a la cancha de la calle, esquivando los carros para dar una auto pase rebotando la pelota en la puerta de un o de los vecinos. Escapando a carreras después de dar un pelotazo a nuestra vecina como si al correr nunca la volveríamos a ver, o después de botar los choclos asados de la Gina – la vendedora de la esquina.

Y de aquellos días en el canal cuatro cuando con el Chileno Giovanny que era (y hasta hoy es) al menos 20 cm. mas alto que cualquiera de mis amigos y con un corazón tan grande que no le cabe en el pecho. Aquellos partidos cuando nosotros éramos los de abajo y jugábamos con los aniñados de arriba. Tenían equipo de fútbol de mil colores y sus codos parecían nunca haber sentido nada más duro que una esponja de baño. En el primer partido nos sorprendieron pues no esperábamos ni la más mínima resistencia y nos ganaron en primer tiempo. En el segundo empezaron bien pero el arquero estrella se golpeo demasiado fuerte y tuvo que salir. Al final terminamos empatando un partido en el cual ellos tenían dos jugadores extras. Eran diferentes – buenos jugadores pero distintos. Especialmente el arquero. Un chico sambo de trazos africanos y anglos que volaba de un poste a otro aterrizando sobre la grava como si la gravedad no existiera. Algunos partidos terminaban a pedradas y otros de puñetes pero de alguna manera terminamos siendo amigos. Mejor dicho, enemigos sin violencia denunciada.

Las amistades y batallas jugadas dentro y fuera del campo son inolvidables. Las batallas con mi mama cuando nos regalaba zapatos bien caros y los usábamos para jugar fútbol terminándolos en harapos en menos de un mes. Esos interminables juegos de “mete gol tapa” que duraban desde las dos de la tarde que llegábamos del colegio hasta que los papás salían a meternos a la casa la fuerza como a las diez de la noche.

Tantos balones reventados en las rejas de las casas, tantos otros perdidos en la casa del mal vecino. Recordar a mi hermano menor patear el balón desde chiquito cuando no podía jugar con los más grandes hasta los juegos en el Liceo en los que su perseverancia se lucía. Cuando mis hermana pequeña de tres años tomaba el balón y no lo dejaba ir de ninguna manera y lloraba eternamente si no se lo dejábamos tener. No se podía mover pero quería ser parte del juego.

Joga bonito! Juega tu juego. Unete al mundo. Estaremos observando.

Texto agregado el 09-12-2006, y leído por 189 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
09-12-2006 Admiro el poder de narración de los sudamericanos. ¡Es bárbaro! Por cierto, erais unos privilegiados si jugabáis al fútbol a esas edades con pelota, yo he llegado a jugar al futbol con botellas y cartones de batidos... Marcos_con_D
 
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