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Era demasiado tarde para decir adiós.
El mono ya regresaba, casi sin darme cuenta el sueño había despertado.
El orinal estaba lleno y las latas vacías.
Como la lava, yo me deslizaba encolerizado hacia el baño, buscando algún líquido que me despegase la lengua del paladar.
Por fin conseguí separar la lengua de su pegajoso escondrijo, emití un grito de vida, deseando una muerte ajena.
Corrí escaleras abajo y le pedí al recepcionista un poco de complicidad.
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Texto agregado el 08-12-2006, y leído por 336
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