"Érase una vez un hombre llamado Albinus, que vivía en Berlín, Alemania. Era rico, respetable, feliz. Un día abandonó a su mujer por una amante joven; amó; no fue amado; y su vida acabó en un desastre".
Risa en la oscuridad de Vladimir Nabokov.
Albinus decidió dejar a su mujer y a Berlín, para viajar a Viena con su amante y decidió además dar la noticia de su separación a través de un amigo común. Elisa era una mujer de espíritu fuerte y de mente muy abierta para su época. Elegirla como mujer fue tarea fácil, no existía en Berlín una señorita con tales cualidades mentales y semejantes medidas corporales. La convivencia durante estos diecisiete años había sido maravillosa, su mujer era envidiada por sus amigos (los de él) y estaba seguro de que también por sus enemigos (los de ella) … si los tuviera.
En el cumpleaños número dieciséis de Annete, la hija del mejor amigo de Albinus, a éste se le ocurrió preguntarle porqué se había demorado tanto en casarse con Elisa, a la que conocía desde niña y a la que tuvo como prometida durante varios años. "De haberte casado antes con Elisa, tal vez hubieran logrado tener hijos", le dijo; y agregó "si tuvieras mis agallas, le hubieras propuesto que fuera tu mujer desde el mismo momento en que quedaste encantado por el brillo de su mirada, como yo lo hice". Ante esa frase Albinus quedó confundido, pues no supo si su amigo le había dicho cobarde o solo le aconsejaba que actuara ante sus impulsos; además tampoco estaba muy claro si su amigo también estaba encantado por el brillo de la mirada de Elisa, e incluso quedaba la duda si éste le había pedido a ella que fuera su mujer. Albinus quiso volver el tiempo atrás, tirar todo a un lado e irse con la mujer que vio crecer en Berlin; a la que amó en silencio y a la cual le brillaban sus grandes ojos azules cuando lo miraba.
Mientras dejaba todo atrás, pensaba en el momento cuando su amigo leyera la carta en la que le contaba su decisión y en la que le pedía que le explicara a su mujer la obsesión y las agallas que le habían surgido cuando vio el brillo de los grandes ojos azules de su hija, Annete.
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