Aplicale un gran quemeimportaa la vida y date el tiempo que haga falta, a pesar del apuro y del fantasma del fin, impredecible e injusto como cualquier decreto.
Tiempo no sé para qué pero tiempo, tiempo aunque mas no sea para darte cuenta del tiempo, o para dejar una huella en el césped del Paseo Sobremonte, o para inventar palomas de papel en el Puente Avellaneda, o en fin para hacer lo que se te canten las reales pelotas o canicas o bolitas o cualquier sinónimo similar de parar un poco y hacerle pito catalán a los trenes bala, a los relojes marcatarjetas y al puto horario del banco que cierra en quince minutos y si no me cobran recargo por ese desmesurado vencimiento de siempre.
Habrá, tiene que haber, un espacio para caminar madrugadas, o comerse un bruto asado con el Manolo que hace tiempo que no lo veo, o simplemente para mirar asombrados lo que pasa que no es poco: Siete gorriones partieron hacia el norte que el invierno viene jodido ché, un faisán paseaba por la peatonal a las diez del día y nadie supo decir porqué, diez agentes de bolsa clausuraron sus amores por una caída repentina de las acciones del Mercado de Liniers, y como si esto fuera poco cada segundo malgastado en malas o buenas sangres de cartón de almanaque ya no vuelve, mas se irá quien sabe a donde.
Tomate un mate o un whisky o un tren para un olvido, levantá el hombro izquierdo y con un suave movimiento de subibaja repetile un alevoso quemeimporta a los boludos que mueven insensatamente las manecillas de todos los relojes, que ese tiempo malgastado en el apuro por llegar a ningún lado, estate seguro que no te lo devuelve nadie.
Es lunes otra vez sobre la ciudad