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Porque, de hecho, era una historia bastante típica. Pero ahí estaba, ¿qué hacerle? Era de esas cosas que ocurren y ya, porque tienen que ocurrir, porque alguien tiene que escribirlas, para que dejen de ser tan típicas. O bien, para que sigan siéndolo.

Ella era desmedidamente linda, nada que hacer, tampoco. Era más que evidente, para todo el mundo. Bastaba con preguntarle a los amigos y prácticamente todos pensaban lo mismo, aparecía su nombre como un relámpago. Como algo que aún sin darse cuenta, todos sabían, porque ya se daba por sentado, como un presupuesto innegable, casi un credo. Pero no hace falta que use comparaciones más detalladas, ni hipérboles desmesuradas; el caso es que la chica, Ingrid me parece que se llamaba (porque de lo que más me acuerdo es que era un nombre no tan común), era involuntariamente linda, y talvez en eso radicaba el exceso. Era algo involuntario, inevitable, innegable. Era como una sombra de frío, era como el fondo de un túnel, una oscura e incierta forma de hermosura. Había que acercarse, acercarse… esa oscuridad, esa incertidumbre… talvez ahí radicaba el misterio… talvez el misterio era la clave.

De modo que no podía negarse que en su belleza desmedida ella ayudaba a hacer esta historia más típica todavía.

Así que había sido un día agitado, improductivo pero agitado, y nuestras cabezas gradualmente comenzaban a emanar un poco de humo, como solía suceder todos los jueves, que era un día en que el pensamiento de verdad necesitaba liberarse, después de tantos números amontonados y absolutamente incomprensibles. Timbre de salida, para hacer el cuento más típico todavía. El choclón se desparramaba lentamente desde su epicentro, ahí en la reja donde todos se amontonaban a hacer planes para después de clases, y el ruido de las risas llenaba el cielo como las nubes de invierno, cuando la cosa se pone más pesada, lenta, pastosa y a todos les hacen falta buenas razones para seguir adelante. Como decía, después de un día tal, en vista y considerando, decidimos con mi compadre Gabriel nada mas que echarnos a volar y subirnos al primer bus que pasara, porque en días como aquel lo mejor que uno puede hacer es arrancar, dormir toda la tarde y volver al otro día a repetir la historia. Y en eso íbamos, bajando por la vereda húmeda de la calle de todos los días, entre las pozas de agua y los árboles calvos, hablando las primeras incoherencias que se nos podían ocurrir en semejantes condiciones, cuando se nos cruza de la nada o desde las sombras, la chica mas linda de todo el jodido liceo. Sus ojos profundamente oscuros, sombríos, miraban distraídamente más allá de nosotros. Parecía esperar a alguien, como todos los que se quedan parados en esa cuadra. Envuelta en su abrigo también oscuro, aumentaba más todavía esa sensación de abismo, un abismo irresistible y a la vez temible como un mal presagio. El comentario era inevitable, y un tipo como yo, que se fija hasta en que a los árboles se les caen las hojas en invierno, no podía omitir una observación al respecto. Gabrielito me quedo mirando, esperando mi “sabia” opinión al respecto. Y para sentirme un poco mas distendido después de tanto caldo de cabeza, dije sin pensar mucho “…Lástima, es una verdadera lástima…” y me reí un poco de lo cotidiana que es la vida. A mi compañero le hizo bastante gracia la lamentación: no era posible que semejante ser, no solo ya estuviera pololeando, sino que además, ¡con qué pelafustán!

“Pendejos estúpidos, aprendan a usar el confort primero y después vienen a hacer apuestas” se rió el tal, mientras los idiotas de mis amigos juntaban una buena cantidad de pesos, para ser más exacto, justo en el momento en que Gabrielito, el vocero del equipo, le entregaba la no despreciable suma de diez lucas al record Guiness del mas envidiado. Había sido una pésima pichanga, los tipos de cuarto (que ahora se reían de lo lindo imaginando como se tomarían la plata de mis colegas) eran peloteros de naturaleza prácticamente animal, y aunque Gabriel también era de los que se vuelven seres poseídos frente al balón, no tenía tanto dominio sobre este; y al decir verdad la mayoría del equipo tampoco, excepto por el par de arrebatados que en un arranque de coraje tuvieron la ocurrencia de apostar la plata de los pasajes de todo el grupo. Hablando francamente, fue una derrota de la cual me hubiese reído bastante y de buena gana, si no fuera porque eran mis amigos los perdedores.

El punto de todo esto es que había buenas razones para no soportar a semejante gañán.

Por lo que comprenderán a lo que me refiero cuando hablo de una historia típica, es que esto de verdad era demasiado. Seguimos caminando rumbo al paradero y a Gabriel pareció divertirlo un poco mas de la cuenta mi comentario, y conociéndolo, eso no me parecía buena señal (Hace un par de años, cuando nos juntamos con la pila de vagos a ver Matrix, al par de días después elaboró una estructurada teoría en la cual encasillaba a varias personas del personal docente y paradocente del liceo como potenciales agentes, y me demoré algo más de un mes en convencerlo de que nadie nos esta observando y de que no somos pilas Durabatt ni nada semejante). Por eso, para evitar vincularme muy de cerca con la chica espectro, y también para evitar que él se vinculara con ella, dije: “Por si acaso ese comentario fue así como a la ligera no más, tu cachai, así como un candy pa’ relajar la mente”. Sin embargo, el no entendió muy bien de lo que yo hablaba, y su excesivo entusiasmo se hizo evidente una vez más cuando apuntó mi metáfora en otra dirección “¿Un candy, loco? Por favor, a mi ella me parece más bien un caja de bombones importada”. “Pa’ que abro mi bocota”, pensé. “Si este tipo se mete en líos no va a ser sino mi culpa”. “No pienses tanto, hijo” le dije. “Y vo’” fue todo lo que escuché mientras me subía a la micro poniéndose en marcha. Me sentí un poco hipócrita, pero después de sentarme me quedé dormido inmediatamente y asunto olvidado.

Entonces una chica de verdad hermosa camina de la mano de un gañán por la plaza de armas. Un cuentista duerme la siesta móvil sin tener idea del mundo, ni de las malas ideas que se le ocurre dar. Y un cinéfilo extravagante acaba de desviar su camino cotidiano para seguir a una chica de verdad hermosa. Como dice una vieja canción por ahí, “Ah, mira a toda la gente solitaria”.

Cundo me enteré al otro día no puede si no sentirme culpable. Ella se sienta en la pileta, con el sujeto aquel. Y más allá del pony del fotógrafo, de las palomitas de maíz y las de verdad, del césped, de los árboles, del predicador, de los lustradores, de los que leen el diario y comen helados, Gabriel sentado en una banca observando, observando, observando… dejándose llevar por las ideas descabelladas que corren por su cabeza imaginativa con toda espontaneidad, eso es seguro, lo conozco bien. “¿Y vo’ que teniai que andar haciendo en la plaza, gil!” le gritó mi conciencia. “¿Hay algo de malo en eso?” me preguntó, no como reproche, si no como si me creyera un sabio, un profe, o un padre. “Mira hijo, ¡no podí entusiasmarte tanto con esa idea! Ya, a lo mejor la mina nos tiene locos a todos, pero ¡no agarres papa! Tómate estas cosas a la ligera, cómo hacemos todos”… Me miró serio, casi aburrido, sin la más mínima intención de pescarme. “Ya, hombre. Copia mejor será”, me dijo. Mientras yo terminaba de hablar, el ya estaba metido en unos balances químicos, totalmente ido, y la profe me miraba con cara de pocos amigos. Me puse a trabajar. Durante el resto del día no supe más de Gabrielito, hasta que, casi al final del día, a la altura del tercer recreo, lo vi desde el tercer piso en el patio, conversando muy animadamente con una amiga suya, una tal Claudia, una chica bastante comunicativa, que también es amiga de Ingrid. Claro, el vínculo perfecto, la infaltable amiga intermediaria para completar la típica historia. La chica abismo parecía escuchar muy interesada. En la cancha, el pelafustán antes mencionado sudando como caballo con otros sujetos. Y en una esquina, mis amigotes mirando con odio y de reojo. Yo simplemente apoyé la sien en el vidrio y me puse a mirar las nubes en el cielo.

—Amor, amor, ¿viste eso? Qué golazo… nadie puede decir que no soy el mejor de todo el lugar…
—A ver, a ver… espera, espérate un poco…
—…para eso hay que tener imaginación, y la imaginación esta un poco escasa hoy en día, que la gente se entretiene con cualquier idiotez, viendo esas típicas películas americanas que no tienen nada de nuevo. Comedias, películas de terror, son todas iguales, llenas de estereotipos y tramas copiadas, no hay caso… Quién sabe, quizá nuestras vidas no son en el fondo más que películas repetidas… — Así de elocuente, lleno de entusiasmo y vehemencia concluía su disertación el extravagante cinéfilo, ante dos chicas muy interesadas en el mundo del cine, que lo escuchaban con atención.
— Jajaja… sos un genio Gabrielito, no sé como lo hací —agregó Claudia, orgullosa de su amigo— ¿Verdad Ingrid?
Fue una situación un poco incómoda, porque mientras que Claudia celebraba alegremente a su amigo, este ya había terminado de sonrojarse por completo. Ingrid, siempre lejana y pensativa, se incorporó de pronto como de golpe, y sin mayor preámbulo dijo:
— Me encantaría que nos juntáramos un día de estos para ver unas películas. Después de todo, de verdad vale la pena ver algunos clásicos con gente que sabe apreciar el buen cine.

El gañanazo, a quien siempre su polola le reprochaba no ser el mejor acompañante para los largometrajes (Ella nunca le perdonó dormirse con el Padrino), se sintió un poco bastante incómodo con este último comentario, casi tanto como Gabrielito. Pero cabe destacar la incomodidad de ambos era un poco bastante distinta. En el caso de este último, se traducía en un nerviosismo que el disfrutaba mientras lo sentía acercarse gradualmente, lo recibía acomodándose en su lugar y mirando fijamente el piso, sobre todo al percatarse de que la mirada perdida y profunda de Ingrid lo apuntaba levemente con una sonrisa. En consecuencia, el estereotipo deportista agarró disimuladamente con fuerza a su chica estereotipo perfecta estereotipo inteligente y se la llevo por el patio, mientras el estereotipo niño mateo se quedo mirándola con algunos pensamientos perturbadoramente positivos. Y el estereotipo amiga compinche se sintió orgullosa de su trabajo sin pensar en el lío en que metía a su amigo.

No tengo idea de qué rayos hablaron esos tres allí en el patio, pero por las expresiones que les vi, pude inferir que el resto del chistecito caería por su propio peso. Sin embargo, pensar eso me parecía un poco estúpido. Es decir… ¿Gabrielito? ¿Consiguiendo su gloriosa venganza de ese modo? ¿Volviéndose —increíblemente— la envidia de todo el liceo? ¿Tapándole la boca a todos los amigotes que tenía, que se creían que podían columpiarlo como quisieran solo porque el era mas tímido y callado?... Y finalmente, ¿Arriesgando el pellejo en semejante canallada? Porque había que ser muy cara de palo para meterse en ese tete. Aunque fuese el mismísimo Gabrielito el que le aserruchaba el piso a tal sujeto, había que ser canalla, y había que ser lo suficientemente valiente para arriesgar la integridad física, considerando las enormes manos de Pelafustán. O lo suficientemente inconsciente. Y un ser tan volátil como el… caramba, caramba. “Ah… me estoy pasando rollos nada más” quise pensar para relajarme, para sacudirme las ideas locas que me cruzaban la mente.

Una chica verdaderamente hermosa y un chico realmente… digamos “extravagante”, sentados en la pileta, conversando sobre cine. Parece que se conocieran de toda la vida, y sin embargo debe ser la segunda o tercera vez que hablan en persona. Y más allá del pony del fotógrafo, de las palomitas de maíz y las de verdad, del césped, de los árboles, del predicador, de los lustradores, de los que leen el diario y comen helados, un estudiante desarrapado, futbolista y sudoroso, sentado en una banca observando, observando, observando, en su egocentrismo exacerbado, sintiéndose verdaderamente idiota por primera vez en su vida. Y una vena roja a través de un cuello sudado, engrosándose lentamente…

Efectivamente y no, no me sacudí las ideas locas que se cumplieron proféticamente. El lunes llegó muy entusiasmado contando que habían visto como cinco películas en casa de Ingrid, con gañán durmiendo de lo lindo y con Claudia haciéndole el quite al violín, encerrada en la cocina gastándole el teléfono a la anfitriona. Fue así como para el jueves yo ya había recolectado como cincuenta comentarios de personas bastante extrañadas de haber visto a la Ingrid con Gabrielito caminando por la plaza de armas, en el teatro municipal, en el paseo peatonal, en los tribunales, en el parque, etc.… felices de la vida, en su mundo aparte, riéndose tanto como se reía (lo supe después) el desplazado ex – pololo de la chica espectro, el día que le ganó una apuesta a mis amigos.

— ¡Te creí muy vivo hueón!... ¡¿Ah?!... ¡Toma! ¡Aquí tení otro a ver si con este despailai!

Cuando logré convencer a Gabrielito en un rincón de la sala, de que se sacara esas gafas desubicadas (era pleno invierno), me llevé una sorpresa bien oscura… bueno, dos sorpresas oscuras e hinchadas. Y lo entendí todo perfectamente. “¡Hijo! Carajo, viejo, yo te metí en este lío. Pero… ¡te dije! ¡te dije que no te metierai en las patas de los caballos!”. Decidido, y medio aturdido (¡todavía!) respondió: “Hombre, no hablí leseras, vos me mostraste el camino al cielo, y yo soy un simple y pobre mártir que está pagando el precio de la gloria… ¿te acordai de Martín Lutero?”… No pude evitar reírme de cómo alucinaba el pobre. “Gabrielito, Lutero murió de viejo, no fue mártir…” “¿Y que tiene que ver Lutero aquí?”. Estaba fuera de sí, el pobre. Así que le dije que lo mejor que podía hacer era hablar con la profe, pedir permiso, y mandarse a cambiar. Siguió mi consejo.

Al otro día todavía traía esas gafas desubicadas. “¿Qué te pasó?” pregunté. “Me pegaron”. “¿Quién?” “El ex de la Ingrid” “¿Terminó con ese tipo?” preguntó alguien, intrigado (y no era para menos) “¿Y porqué te pegó?” “¿Cómo que porqué, idiota?” se dignó responder. “Es como obvio, ¿Tu crees que no iba a estar picao’, después de que la Ingrid terminó con el por mí” “¿Qué qué?¿Qué estai hablando, Gabriel?”. Nos reímos a carcajadas, todo el día. Cuando se quitó los lentes dejó ver nada más y nada menos que una honorable picada de zancudo que le hinchaba su ojo redondo y dormilón. Y así continuaba la vida cotidiana, y era por cosas como esas por las que todos en el grupo creían que el estaba loco.

Texto agregado el 08-12-2006, y leído por 94 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
08-12-2006 Buen esfuerzo, quizás pulir un poco el relato y quitarle pasajes que no agregan valor y si disgregan la lectura, en suma metes muchas cosas en lugar de desarrollarmás las principales, pero bien, bien, bien, Un saludo marxtuein
 
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