Había una vez una pequeña niña, que deseaba ver más de cerca la Luna,
-¿Mamá, podrías regalarme la luna?- Preguntó a su mamá, quien la arropaba para dormir.
-Claro, de hecho ya es tuya- respondió tiernamente.
La niña dudó por un instante.
-Mamá, si la Luna es mía, ¿Cómo puedo llegar a ella?
La mamá se sorprendió por la pregunta.
-No lo se mi amor, tal vez en un cohete espacial, como lo has visto en la televisión. Pero ahora ya duerme, que mañana tienes escuela.
No conforme con la respuesta, la niña se acurrucó y cerró los ojos en espera de que su mamá saliera de su cuarto.
Una vez estuvo sola en la oscuridad, saltó de la cama y tomo el pequeño banco que utiliza para lavarse las manos. Lo puso frente a su ventana y comenzó a brincar.
Un brinco, dos brincos y al tercero salió disparada por la ventana.
Podía ver su casa cada vez más pequeña, al igual que la ventana con la luz encendida del cuarto de sus padres. Al voltear hacia el cielo, notó que la Luna crecía y crecía y su brillo era cada vez más grande.
Ahora, la luz del cuarto de sus padres parecía solo una estrella, al igual que todas las luces de la ciudad. De pronto chocó con algo, era una estrella.
-Discúlpame estrella, es que salí disparada a la Luna y no te vi.
-No te preocupes, ya estoy acostumbrada- respondió con una vocecita la estrella.
-¿Vienen muchos niños a visitar la Luna?- Preguntó la pequeña, aun sorprendida por estar hablando con una estrella.
-Muy seguido, y todos chocan conmigo antes de llegar.
-¿Verdad que la Luna es hermosa?- dijo sin dejar de mirar un solo detalle de la Luna.
-Por supuesto, pero mejor continúa que pronto amanecerá y para ti la luna ha de desaparecer.
Siguiendo el consejo de la estrella, la niña continuó su camino despidiéndose con gran emoción de la estrella.
La Luna se hacía más y más grande, hasta que le pareció un gran mar de leche, con pequeñas burbujas en la superficie.
Y por fin… Pum! De sentón contra la Luna.
-¡Oye! Eso me dolió- dijo la Luna quejándose por el golpe.
-Discúlpame lunita pero nunca había caído sobre ti- dijo la pequeña mientras se levantaba y sacudía su pijama.- Oye, estas toda cubierta de azúcar… yo pensé que eras de queso…
-Casi todos piensan eso, pero tú estás en lo correcto.
-Me da mucho gusto conocerte al fin, mis papás siempre me cuentan cuentos sobre ti y me dicen que siempre estas en el cielo siguiéndome porque me estas cuidando… ¿Es cierto eso Luna?
-Claro que si, yo siempre te he cuidado desde que eras más pequeña y he recibido cada uno de los besos que tus papás te han dicho que me envíes desde allá abajo.
La pequeña brincaba y brincaba de felicidad. Así pasaron toda la noche, la Luna contándole como la había visto jugar en su cuna, la había visto salir a pasear con sus abuelos y como se había sorprendido la primera vez que volteó al cielo y vio su gran resplandor blanco.
-¿Sabes?- dijo la Luna- la vez que mas me he divertido contigo fue la vez que me miraste muy preocupada una noche de otoño y volteaste a ver a tu papá y con toda la preocupación del mundo le dijiste que yo estaba sucia y que debían limpiarme, y que por mas que tu papá intentó explicarte que eran cráteres y mares de polvo, tu insistías en limpiarme.
-Yo no recuerdo eso- dijo la niña, cayéndose de sueño, ya que había pasado toda la noche platicando con la Luna.
-Por supuesto que no, eras muy pequeña, pero aun así me enterneciste a mi y a tus padres, que desde ese día procuran enseñarte lo mas que pueden sobre mi. Pero ahora es hora de que regreses a tu casa, pronto amanecerá y tú debes ir a la escuela.
-¿Mañana puedo regresar a platicar contigo?
-Claro que si, al fin, ya sabes como hacerlo.
La pequeña dio un gran beso en la mejilla a la luna, y dando un gran brinco, cayó hacía su casa. Se despidió agitando su manita de la estrella, la cual le regresó el saludo.
La caída fue mucho más rápida que la subida, y cuando se dio cuenta, ya estaba en su cama, desde donde aun podía ver a la Luna brillar por su ventana, solo que ahora era igual de pequeña que siempre.
De pronto, escucho a sus papas que venían hacia su cuarto. Se apresuró a echarse las cobijas encima y hacerse la dormida, ya que seguramente su papá le diría que tenía que estar dormida para ir a la escuela el día siguiente.
La puerta se abrió un poco, una línea de luz alumbro su habitación.
-¿Sabes?- dijo la mamá al papá mientras ambos observaban a su pequeña dormir- Hoy tu hija me pidió que le bajara la Luna
- Es muy tierna, le encanta ver la Luna… igual que a nosotros- respondió el papá.
- ¿Crees que sueñe con ella?... Igual que nosotros
- Seguramente.
La pequeña escuchaba con atención cada una de las palabras de sus papás.
- Algún día le contaré sobre la vez que me dijo que la Luna estaba sucia- dijo su papá riendo.
-Le va a dar mucha risa- respondió la mamá.
-Yo aun recuerdo cuando soñaba con la Luna- dijo su papá mientras cerraba la puerta de la habitación y caminaban por el pasillo- y lo que mas risa me daba era chocar con esa estrella que siempre me estorbaba cuando iba a visitar a la luna…
Para mi pequeña Mariana, que lleva la Luna con ella.
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