Grata Monotonía.
Como todos los días, caminaba de regreso a casa por la misma calle, doblaba en la misma esquina, le ladraban los mismos perros, veía a las mismas señoras regando las plantas y conversando, estaba el mismo gato blanco en la misma ventana de la misma casa color naranja, veía a los mismos obreros comiendo sopaipillas y esperando micro. Los días de verano eran calurosos y secos, y el polvo se amontonaba en sus zapatos, las calles eran hostiles e indolentes… “Todos los días son iguales”, pensó, del trabajo a la casa y viceversa. Rutina, hastío y cansancio. Miró su reloj, era tarde, se tocó la frente, sudaba. Respiró hondo pero sin alivio. Recordó sus grandes sueños de adolescencia y le dio lastima en lo que había terminado. Lo de ser escritor se había transformado en un trabajo de tiempo completo en una desconocida empresa que le robaba las energías de 9 de la mañana a 6 de la tarde. A veces escribía un poema o un relato en su tiempo libre, pero no le quedaba mucho tiempo libre, ni tampoco muchas historias que contar. Siguió su camino por una calle que conocía de memoria mirando sus casitas pareadas de dos pisos que se erguían en un horizonte que también conocía de memoria. Por fin llegó a casa. En el patio delantero lo esperaba Sofía, con su vestido verde ajustado y su sonrisa de siempre, la misma de la que se enamoró cuando tenía quince años. Él se acercó a ella, la besó suavemente tomándola por la cintura, ella se entregó lentamente a un lenguaje sin palabras, se separaron. Él la miró y ella le sonreía nuevamente con dulzura, estaba espléndida rebozando juventud y energía, y para él, todas las cosas fueron nuevas otra vez.
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