Tiene el rostro rubicundo y brillante. Los pómulos, el mentón y la papada todos ellos confundidos, sin saber a ciencia cierta a que sitio de la cara corresponde cada uno. Sin embargo, lo que más llama su atención es ver como se hunde la hamaca con su peso hasta casi rozar el suelo, y los quejidos lastimeros de las cadenas que, la sujetan cuando acompasadamente se mece. Desde pequeño le dicen el gordo, y también desde pequeño come como cerdo. Mandarinas en diciembre y naranjas en enero. Cacahuates y nueces, mangos y muéganos. Desde una piernita de pollo, hasta una entera de ternera con relleno. Lo mismo da cuenta de un pastel de ciruelas pasas que, de diez taquitos de suadero, o de los que hagan falta que para eso, el gordo siempre es el primero.
Cuando lo conoció, siempre lo llamaba por su nombre, -Jorge Luis-. No quería entrar en confianza con él, había no sólo, un poco de recelo, sino también, un rechazo escondido. Sin embargo poco a poco el gordo se hizo su amigo. Ella era guapa, se mantenía esbelta y delgada. El cabello suelto y la mirada siempre festiva prontita para el relajo. El gordo su eterno acompañante. Venia un novio, y después de la temporada un poco de tristeza que, se evaporaba en el cálido clima de aquella tierra. Cíclicas la alegría y la nostalgia, como cíclica era la vida en Altamira. Tiempo de nortes que a ella siempre intrigaba. De repente el cielo pasaba de un sol abrasador a un viento suave que, lentamente iba arreciando.
-va entrar norte. Decía el gordo.
Ella invariablemente sonreía y dudaba, sin embargo, treinta minutos después se desataba la tempestad.
Al principio pensaba que el gordo era una especie de adivino. Después ella misma presagiaba, y si entraba a la cocina y veía inquietas cucarachas desfilando de un lado para otro, sonreía y decía
-ya viste las cucarachas alborotadas. Ya va a entrar el norte. E invariablemente, entraba.
Después llegaban los calores y con ellos el verano. La playa y las cervezas. La lotería primero y el rummy después. Las películas en el vídeo. Un novio despidiéndose, y el lastimero quejido de la hamaca hundiéndose por aquel extraño peso. Un novio tras otro, una nostalgia y una melancolía y un rostro que a pesar de todo seguía viéndose hermoso y coqueto.
Son casi los 35 años, la figura sigue siendo esbelta, el cabello aun suelto. El gordo llega ahora en un vehículo todo-terreno. La playera ahora tiene marca, y las botas altas de culebra y tacón mirando al centro. En su trabajo es el jefe principal, el Ingeniero.
Aquí mientras se mece casi rozando el suelo a mucho orgullo sigue siendo el gordo.
Mari Carmen se le queda viendo y sabe que, aunque sonríe, la mirada festiva se ha desvanecido. Allí en la intimidad, subida en la misma hamaca, y casi rozando el suelo le ha vuelto a llamar
cariñosamente -Jorge Luis-. Mientras escucha los quejidos lastimeros de las cadenas, extrañándose aún más de que resistan al gordo y a su peso hasta hacia poco tiempo ajeno.
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