Había cuatro butacas negras sosteniendo a cuatro borrachos. El local ya había cerrado y temeroso de un Dios ateo, barría entre ellas con miedo a un discurso independentista, a un chiste inacabado o incluso a un enfado.

Pero el mayor temor era la cortesía…La cortesía de que alguien se levantase sin equilibrio, y perdiera el norte y los dientes con el consiguiente chorretón de sangre.

Yo, con un Shhhh, el mismo Shhhh que calmaba a los perros de mi casa cuando llegaba visita, y el mismo Shhhh que hacia frenar el ritmo de la mamada de la puta. El mismo Shhhh cuando alguien me levantaba la voz.


¿Qué te parece?

Shhhh.