Y viniste con tus colores a desordenar mi mundo.
Justo cuando los eclipses llorones rogaban por mi ausencia.
Me encandilabas y - cobardemente- me dispuse a correr.
Me perdía en la melancolía eufórica de los días.
Nunca pude mirar aquella doliente verdad.
Y –mezquino- el aire cobraba por mi respirar.
Me perdía en eternos silencios que te hacían desaparecer.
Dos realidades se imponían.
Y, en aquellos momentos...
Mi mundo pefecto se cubría de pétalos negros
Cayendo de aquel accidentado cielo.
Solo pude llorar, porque comenzaba a entender.
A los molestosos colores, a los silencios
Y al aire que -cruelmente- me enviaban los instantes asfixiantes.
Era el cielo, el infierno, los dueños del tiempo
Y mi obstinada verdad
Que se conjugaban para hacerme despertar
Y, aunque, sigo somnolienta
Ahora puedo tomar los colores
Para, de vez en cuando, fundirlos
Con la belleza y fealdad de mi, en ocasiones, sumisa realidad.