QUINCE
Es duro saber que es así y que poco podemos hacer por estar siquiera un poco más juntos, cuando te volví a ver después de tantos años yo tenía cuarenta y tres años, ahora estoy a meses de los cincuenta, no me digas que no empiece de nuevo con lo mismo, no me digas que hasta cuando, ya sé que te causa fastidio que hable tanto del tiempo que pasa, ya sé que no quieres tener esa percepción exacerbada del paso del tiempo que yo tengo, pero qué quieres, déjame liberarme de esta insoportable sensación, no sé si será escribiendo de ello que lograré liberarme, pero mientras tanto el tiempo sopla como un vendaval, que arrastra consigo las horas y los días, se los lleva como un tornado y no los devuelve, Antonia, se pierden, simplemente, el tiempo que no estamos viviendo juntos ya no lo viviremos, sólo podemos soñar con que cuando al fin podamos estar juntos sea aún mucho el tiempo que se nos dé, y que aún estemos jóvenes, como ahora, para que ese tiempo lo podamos vivir en plenitud, para poder entregarte tanto amor que ahora se derrama en el vacío, y si no ha de ser así, que se nos siga dando la posibilidad de estar juntos cuanto podamos, que encontremos en ello el consuelo por la distancia, por la ausencia, que podamos seguir siendo compañeros, aún cuando estemos separados, que nada ni nadie me quite tu amor, Antonia, que me sigas amando aún cuando la vida quisiera mantenernos separados, que algún día puedas llegar a darte cuenta, de verdad, cuanto te he amado y cuanto te amo, pero no permitas que la vida nos entierre, no permitas que nuestra vida quede enterrada bajo nuestro futuro, ahora mismo, yo en Viña y tú en Santiago, bajé de Internet y he estado leyendo el informe Valech, y, si tú crees que eso es sólo historia para mí, te equivocas, porque no puedes saber como he sufrido de sólo leer tanta atrocidad, y, aún cuando me avergüence de haberme sensibilizado frente a todo esto sólo por ti, aún así quiero que sepas que me duele el corazón de sólo pensar que en cada piedra que yo tiré en esos años, en cada miguelito, en cada cartucho de dinamita que hice explotar, estaba poniendo un grano de arena para que se produjeran hechos tan terribles, y que quisiera estar con cada uno de los muertos, con cada uno de los detenidos, con cada uno de los torturados para pedirles perdón por esa piedra, por ese miguelito, por esa dinamita, pero sólo puedo pedírtelo a ti, Antonia, amor mío, y sólo tú me lo puedes otorgar, y me duele no poder estar en esos momentos a tus pies, de rodillas, para recibir el perdón que no me cabe duda que ya me lo has dado, pero que el decírmelo, que el sentir tu mano en mi cabeza, sería un consuelo para mí, y yo no puedo darte a ti el consuelo por lo que viviste, por lo que vivió tanta gente, llevaré ese dolor para siempre dentro de mí, tú lo sabes, sabes que no es sólo por quedar bien contigo que te digo todo esto, pero sí es verdad, y me cuesta decirlo, aunque también tú lo sabes, que es mi amor por ti lo que me ha llevado a sentir esta angustia, cuando debería haber bastado con saberlo para haber sentido lo que he empezado a sentir desde que estamos juntos. Déjame ahora reposar junto a ti, mi amor, deja que mi alma descanse y se alivie de tanta angustia, deja que sea yo, ahora, quien te proteja de todo mal, que nada maligno te toque, que ya no hayan más nubes, más sangre, más gritos, que no vuelvas a despertar en la noche pensando que nuevamente vienen por ti, que yo esté a tu lado para que nadie te vuelva a llevar, no permitas que sienta la impotencia de no estar a tu lado para amarte y cuidarte por el resto de tu vida, hazme sentir que sí quieres que yo esté a tu lado, a tus pies, que aunque no sea más que tu humilde y leal chofer Vásquez sí me quieres a tu lado, que aunque yo sea lo que he sido aceptas mi amor, y que tú también me amas, Antonia, que es verdad lo que siento cuando siento que me amas, déjame volver a sentirme como me sentí luego de esa pelea en que golpeé al tal Kraljevic, cuando Pablo Mondragón, nuestro viejo y querido maestro, me llamó a su oficina, y yo pensé que era para retarme por haberme comportado de ese modo, pero Pablo me recibió con los brazos abiertos:” ¡felicitaciones, sir Galahad, protector de doncellas, viudas y huérfanos!”, así me dijo, y me abrazó, y yo sólo después supe que él te quiere mucho (quien no te quiere, Antonia Sarowski), y que en esos días negros tu papá acudió a él en busca de ayuda, y que años después, cuando tú volviste para titularte, él también estuvo ahí, jugándoselas por ti y por los retornados que querían terminar su carrera, y pensar que hay quienes dicen que Pablo lo hizo porque tenía cargo de conciencia por haber sido decano en dictadura, y si fuera así, lo menos que revelaría eso es que Pablo Mondragón sí tiene conciencia, en tanto que algunos otros, verdaderos azotes, soplones y traidores para la izquierda hoy gozan, misteriosa e inexplicablemente, de una acogida que si la han logrado ha sido a punta de romperse el espinazo haciendo reverencias y zalemas, en tanto que Pablo Mondragón es respetado y querido por sí mismo, sin tener que rendirle cuentas ni pleitesía a nadie, en fin, Pablo me hizo no sólo sentirme aliviado por lo que había hecho, sino hasta orgulloso, ahora tengo en mi oficina un retrato autografiado de él, en que me escribe: “Cucho, te recordaré siempre por tus valores y tu valor. Tu viejo profesor y amigo, Pablo”, ¿cómo no sentirse reconfortado cuando alguien como Pablo Mondragón, con todo el peso de su sabiduría y de su calidad humana te dice esto?, pero ahora, en este momento, necesito que tú me digas que no soy un Kraljevic más, yo sé que puedes entender lo que te pido, y sabes que te lo pido sólo a ti, sólo a ti, y sólo tú podrás hacerme sentir esa agüita tibia del perdón y del consuelo, pero también será por tanto muerto que no asesiné, por tanto detenido que no encarcelé, por tanto torturado al que no le hice ningún daño, pero a los que ayudé a matar, a encarcelar y a torturar con cada piedra que lancé, con cada miguelito que arrojé en calles y carreteras, con cada cartucho de dinamita que hice detonar, y cuando tú sentías en la noche que venían nuevamente por ti, de alguna manera el chofer que manejaba ese vehículo militar era yo, era el Vásquez, tu humilde y leal chofer Vásquez, no quería hacerlo, Antonia, no quise hacerlo, pero lo hice con cada uno de mis actos de antes del golpe, cada uno de esos actos me puso al volante de ese vehículo que tú escuchabas cada noche, perdóname, Antonia, no sabes cómo lo necesito, perdóname, por cada uno de tus compañeros, pues mientras no lo hagas yo sentiré en cada momento el dolor de no haber estado a tu lado, de no haber sido de tu lado, de no haber muerto, de no haber sido encarcelado, de no haber sido torturado, te lo he dicho, tú lo sabes, no sé si me lo crees, yo no fui mirista a los dieciséis años sólo porque el MIR no me reconoció, no me descubrió, y antes que el MIR se diera cuenta que yo existía la negra araña de Patria y Libertad me envolvió en sus redes y me alejó por treinta años de ti.
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