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Inicio / Cuenteros Locales / livia_29 / Novela: \"Prólogo\"

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Prólogo:

Año 1679:
Un muchacho gritó en medio de su agonía. Sentía como un frío glacial revolvía todo su ser por dentro haciéndole estremecer y provocándole un insoportable dolor. Unas lágrimas asomaron en sus ojos, pero quedaron convertidas en escarcha cuando rozaron su piel. El joven logró ponerse en pie y fue apoyándose en todo lo que encontraba a su paso hasta llegar al espejo de la habitación. Después, intentando ignorar los espasmos se retiró el sudoroso cabello del rostro y contempló su reflejo. Lo que vio lo dejó sin respiración. Su piel se volvía translúcida para luego volver a su estado normal, su pelo oscuro cambiaba a albino y sus ojos...
El espejo cayó al suelo provocando un sonoro estruendo de pedazos fragmentados. Pronto se oyó al posadero subir las escaleras, atraído por el escándalo que se estaba armando.
“Vete” –pensó el chico– “No te acerques a mí”
Sin embargo alguien llamó a la puerta repetidas veces.
– Disculpe –preguntó una tosca voz– ¿se encuentra bien?
Como respuesta el posadero obtuvo un nuevo grito de dolor.
Dentro de la habitación, aquel individuo se había dejado caer al suelo, destrozado por dentro. Ante sí, pareció pasar toda su vida, todos los momentos en los que la felicidad y la desdicha parecían haber caminado juntas, todo lo que le había llevado a rendirse, al igual que todo lo que le hizo luchar. Pensó en volver a plantar cara, a no dejarse arrastrar por aquellos seres que sacaban lo peor y más letal de su alma. Pero la había perdido, recordó, y ya nada tenía sentido sin ella.
Un doloroso espasmo volvió a sacudirlo, solo que ya no gritó ni intentó hacerle frente. Aquello era también parte de él, y entonces comprendió, que ahora siempre sería parte de él.

* * *

De repente, los gritos cesaron. Las personas que se encontraban en torno a una de las puertas del segundo piso se miraron unas a otras. El propio posadero había subido las escaleras para ver qué estaba ocurriendo, había llamado a la puerta y los gritos no habían cesado y ahora... todo estaba en calma.
“Seguro que se trata de algún bandido” –pensó.
Vacilante, extrajo una llave de su camisa y una pistola del interior del chaleco, mientras hacía una seña a la clientela de que se mantuviera alejada. Se acercó poco a poco a la puerta hasta quedar frente a ella. Introdujo la llave en la cerradura y apoyó la mano en el pomo.
Estaba frío.
Comenzó a girar la llave lentamente. El hombre, bajo la atenta mirada de los curiosos, apoyó la mano en la puerta y comenzó a abrirla. Respiró aliviado al ver que un muchacho estaba de espaldas a él, mirando por la ventana. Tan solo había un espejo roto en el suelo, pero nada de sangre ni signos de violencia.
Con paso decidido entró en la estancia. Hacía tanto frío que el robusto hombre se estremeció, pero había algo más, se adivinaba una presencia extraña... inhumana. Se volvió hacia el individuo de la ventana.
– ¿Le ocurría algo, señor?
El chico se dio la vuelta. A la escasa luz de las velas que se consumían el posadero pudo apreciar como unos cristales del más puro hielo se clavaban inexplicablemente dentro de él y después... oscuridad.
El joven contempló al hombre unos instantes muerto, tendido sobre escarcha. Sus letales ojos grises recorrieron la estancia reparando en aquellos que habían presenciado la escena, consumiéndolos uno a uno, haciéndoles caer en una bruma eterna. Al principio sintió pena por si mismo, por los que estaba matando, pero aquellos sentimientos quedaron congelados en su interior, bajo el más impenetrable hielo. Pronto no quedó nadie con vida en la pequeña posada.
– Así que... esto es lo que soy –susurró– soy... oscuridad.
– Eres mucho más –anunció una pétrea voz tras sus espaldas, una voz que él conocía muy bien– Eres un sombra, una de las más poderosas criaturas de este mundo.
El muchacho no se molestó en volverse hacia el conde, ni tampoco le contestó.
– Dime... –murmuró éste tras él– ¿quién crees que eras?
– Era... un mortal –contestó el joven, tras un momento de reflexión.
– Y dime, ¿quién eres ahora?
El chico se volvió hacia su interlocutor, que retrocedió instintivamente al cruce de sus miradas. Pensó en lo que le había dicho el pescador, “nada es eterno amigo, tan solo la muerte conoce ese confín”.
– Soy Khaled –respondió al fin– y soy eterno.
Khaled abandonó el lugar dejando atrás al conde. Siguió adentrándose en aquella tierra que se había vuelto brumosa, con el pelo moreno guardando su semblante y ocultando su gélida mirada. Su instinto le condujo hasta una cascada la cual conocía muy bien, en la que tiempo atrás había comenzado su historia de amor, apaciguándose el ser frío y letal que siempre había habitado en su interior. Pero aquella quimera había concluido. Se quitó el colgante que ella le había regalado como símbolo de su mutuo y eterno amor, y lo lanzó al lago, enterrándose a sí mismo.
Finalmente, el ser Khaled, el hijo de la bruma, olvidó el joven había sido para siempre, y con él, olvido la vida.
Después se perdió en la penumbra de la noche, se perdió en el susurro del viento y se convirtió en un sombra.

Texto agregado el 07-12-2006, y leído por 204 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
07-11-2007 Bueno, pues nada, a por el siguiente capitulo, promete mucho, avísame cuando cuelgues la primera parte, un besazo*****pablo MELENAS
17-12-2006 Bien escrito. Claro y coherente. Se presiente una buena historia. galadrielle
13-12-2006 Suena a interesante, esperaré la continuación de esta historia. un saludo amiga. romantica_7
13-12-2006 y el linro cuando.. trotamundos
10-12-2006 Comienzas con mucho misterio,Milena, esperaré los siguientes capítulos para ver como continúa esta sombría e interesante historia.Un beso marta_25
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