Son sólo palidas,
son sólo gélidos
hálitos nocturnos
enredándose lastimeramente
en los quejumbrosamente
gastados
prematuramente pútridos,
absurdamente perentorios
acordes
de uno de tantos
despertares
de uno de tantos
matutinos
zafarranchos,
enjambres de
moradores urbanos,
arracimados cual multiforme
malamente aséptico
políticamente correcto
cuasi interminable
escupitajo,
malamente contenido
en invisibles embudos,
variopintamente rodados,
y al rescate de la orgía
de tiempos muertos
que propone
la inercia mañanera,
desganadamente se cuelgan
de la omnipresente bruma,
primalmente viscerales
sonidos de Neil Young,
recordándonos
una y otra vez,
más allá de un par
de rimas trasnochadas,
eso que ya sabíamos
cuando nos parábamos
en puntas de pie
para llegar al mostrador
de la heladería,
cuando Elvis era Elvis,
cuando las canciones de
Neil Sedaka
emanaban de la rockola
con sabor a sambayón,
cuando un tal Billy Cafaro
resonaba en nocturnales
efimeros reductos,
cuando Check Berry
dictaba su evangelio transoceánico,
cuando la voz de Lalo Menafra y Zum-Zum
no eran siquiera hipótesis,
recordándonos que el ayer
murió pese a quien pese,
y que el mañana siempre llega,
aunque generalmente demasiado tarde,
y que que el rock ‘n roll del bueno,
ese rock viejo y peludo que supimos
amancebar con milonga y candombe,
que ese rock ‘n roll tan querido
cuyos acordes pautaron tantos recorridos,
de los buenos y de los malos,
que ese rock ‘n roll de la risa
y del llanto malamente contenido,
no se debe morir,
no se debe morir,
pese a quien pese
no se debe morir,
no se debe morir,
y que así sea
© Eytan Lasca, noviembre/diciembre de 2006
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