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Era una noche extraña.
El perro había dejado de ladrar; quizás un gato
pasó por ahí y los perros siempre ladran por cualquier ruido.
me acomodé‚ en el sillón y saboreé‚ el buen whisky. Susil, seguía sentada en la alfombra, mirando. Indudablemente estaba un poco nerviosa, por no decir asustada. Me levanté‚ con la copa en la mano y caminé‚ tranquilamente hasta la estufa hogar para acomodar un tronco caído. Como distraídamente me senté‚ junto a Susil. No quería alarmarla porque estaba temblando.
Era una de esas noches tétricas, lúgubres, una de esas noches cuando no dan ganas de ir a ninguna parte. Por eso nos quedamos en casa. Por qué nos habremos quedado?.
Algo golpeaba en la ventana. Se oían pasos, el viento hacía crujir los árboles. La luz de un relámpago dejó ver algo en la negra noche a través del enorme ventanal. Algo siniestro, aterrador.
Ella me abrazó fuertemente, totalmente aterrorizada, muy pálida, con esa lividez que solo da el espanto. Yo no estaba menos asustado que ella. Lo único que hice fue abrazarla fuertemente y besarle los ojos húmedos por las lágrimas.
-¿Qué es eso? -me preguntó-
-No sé‚ mi amor. No sé.
Como podía saberlo, si había visto lo mismo que ella.
-En ese momento, una de las puertas que da a una de las habitaciones de la suntuosa casa, comenzó a emitir un chirrido escalofriante mientras se iba abriendo lentamente. Susil, apretó su cabeza junto a mi pecho. Se oían ruidos, voces, pisadas. De pronto, se apagó la luz de la lámpara de pie.
No se veía nada más que sombras corriendo de un lado para el otro. Estábamos tan asustados que no podíamos hacer nada más que abrazarnos, solo eso.
La puerta estaba abierta totalmente. En el interior, casi en penumbras, se divisaba algo tirado en el suelo. Era un hombre.
Se oyeron pasos acercándose. Una mujer con cabello muy largo, delgada y figura felinezca. No se distinguía muy bien, pero lo suficiente para ver que aparentaba ser muy joven.
De pronto, un resplandor iluminó su cara. Un rostro hermoso, salvaje. Miraba al caído con odio atemorizante. El cuerpo estaba sobre un enorme charco de sangre que empezaba a correr hacia el lado de la puerta. En la mano de la joven, un gran cuchillo ensangrentado. El caído dijo algo entre dientes y ella comenzó a gritar:
Vas a morir. Vas a morir! Como una fiera se tiró encima y empezó a clavarle el cuchillo por todo el cuerpo hasta dejarlo medio destrozado. Lo ultimo que pudimos oír de él, fue muy tenuemente; te quiero.
Ella demencialmente seguía, nada le importaba. - ­¡Mientes, cretino, mientes!. Pero...la joven brutalmente enloquecida, nada podía oír de los labios del caído. Estaba muerto.
Tanto, Susil, como yo, no sabíamos que hacer, nos miramos paralizados de miedo, casi momificados por el espanto. Siempre con la cabeza sobre mi pecho, balbuceó:
-Tendrá que venir la policía.
-Si.-le contesté-
El chistido de una lechuza, fue el presagio de la tormenta que se estaba desatando con la lluvia torrencial golpeando fuertemente en la ventana. El perro aullaba como nunca lo habíamos oído. Sentí que la piel se me ponía áspera. Un escalofrío recorrió mi cuerpo empapado por el sudor helado.
En la parte trasera de la casa se oía el estruendo de un postigo desenganchado, que, inducido por el viento, golpeaba furiosamente contra la pared.
Pero...Qué estaba pasando. Todo era un misterio.
-¿Cómo pudo entrar la policía por atrás de la casa?
Eran tres hombres gigantescos. Uno de ellos tenía un enorme cuchillo en sus manos ensangrentadas.
¿Cómo es posible? -me preguntó.
La policía no usa cuchillos. No.
El que estaba mas atrás, también tenía las manos manchadas con sangre. El tercero, un gigante peludo totalmente desproporcionado, sujetaba fuertemente una gran bolsa ensangrentada de las que se escuchaban gemidos estremecedores.
Susil, me abrazó con desesperación. Su corazón latía con violencia. Sentía junto a mí, el calor de su cuerpo húmedo y tembloroso por el espanto.
Por el mismo lugar que habían entrado los hombres, apareció un batallón de policías uniformados, todos con manchas de sangre. Pero...
-¿Qué estaba pasando? ¿Por donde entraban? ¿Por qué‚, ensangrentados? ¿Serían realmente policías? No. Seguro que no. Los que llegaron primero, atacaron a los policías uniformados. El del cuchillo grande, le cortó un brazo a uno con cara de gorila.
El de las enormes manos, venía hacia la puerta corriendo con la bolsa y la tiró hacia donde estábamos nosotros. Algo se movía en su interior dejando escapar gritos desgarradores. Repentinamente dejaron de pelear.
El que debía ser el jefe, estaba agachado con una rodilla sobre el piso y el brazo derecho levantado. En su mano aferraba fuertemente un cuchillo ensangrentado. A sus pies, un cuerpo inerte, sin vida. Sin bajar el brazo comenzó a darse vuelta lentamente
para mirarnos con ferocidad. Dejaron de pelear, dándose vuelta para mirar lo que el jefe había descubierto. Sin dejar de mirarnos, el jefe se le levantó muy despacio y comenzaron a caminar. Tenían ojos siniestros, endemoniados. Susil, se apretó junto a mi pecho temblando. La rodee con mis brazos, bese su cabello dulcemente, levanté la vista y...- ¡Ahí estaban, de medio cuerpo representando a la muerte que...
- ¡Bueno! ¡Justo ahora!
- ¿Qué pasó?- preguntó Susil.
-No sé querida. Un cortocircuito, quizás, o.. la usina tal vez. No sé.
-¿Viste? Yo te dije.
El otro día pasó igual.
-Si. - le contesté‚.
Siempre la cortan cuando uno menos lo espera.
-¡Qué bronca! -dijo ella.
-Prendimos una vela y seguimos charlando.


Texto agregado el 06-12-2006, y leído por 107 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
06-12-2006 Estimado Omar, buen esfuerzo aunque desde las primeras líneas se intuye el desenlace. Y como dicen por ahí, mejor suerte paa la próxima. marxtuein
 
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