( por: nagal | Género: Cuento )




De mí sólo tomaron el veneno, yo ya los conocía. No me afectaban en lo más mínimo. Siempre he tenido esta sensación de que mis pies no tocan el piso y, por lo tanto, si mi cuerpo es sólo huésped de mí mismo, sólo lo podría afectar a él.
Estoy sentado al volante, una vez al año me gusta salir de la ciudad y conducir sin rumbo fijo, tomo el camino que más me atrae, y esa es toda la filosofía de mi vida.
Susana siempre está en silencio, parece un fantasma.
- Soy un fantasma - dice Susana.
Llegamos a una pensión barata, a pesar de la lluvia de los últimos días, la vegetación luce reseca y marchita alrededor de esa morada. Miro hacia arriba y el cielo está despejado en un círculo justo por encima de nos. Más allá la lluvia parece una cortina. Me imaginé a un cíclope oscuro y gigantesco abriendo la cortina y aproximándose a nosotros. Sentí escalofríos.
- No te preocupes por mí - susurró Susana, capaz de leer mis pensamientos, - recuerda que sólo soy un fantasma.
- Está bien - respondí.
Nos tomamos de la mano y tocamos la puerta.
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A la mujer le faltaba un ojo y el que le quedaba tenía cataratas, sin embargo, estaba al tanto de todos los detalles de lo que le sucedía alrededor.
La habitación era la número 703, extraño.
- ¿ Cuantas habitaciones tiene esta pensión?
- Tres para los huéspedes, cinco en total, sin contar...
- ¿Sin contar con qué? - pregunté
- Sin contar con nada - respondió malhumorada y escupió hacia un lado y se marchó
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La cama era angosta, el cuarto estaba completamente pintado de rojo, del techo goteaba una música infinitamente triste que en un solo parpadeo borró a Susana de mi existencia. Busqué desesperadamente un espejo para constatar mi rostro. Una sensación de que no tenía lugar en este mundo me invadió.
Sin embargo la música era hermosa
Tocaban la puerta y no era nadie. Batían las ventanas y no era el viento
Necesitaba un maldito espejo
Busqué en las gavetas, pero sólo había una cuchilla de afeitar
“Malditos” - susurré y ahí sí que me puse furioso
“¡Vete afuera!” - le grité a Susana que hacía un esfuerzo imposible por hacer acto de presencia
La casa se sacudió de un solo golpe y la mujer entró en la habitación pegando gritos de “que qué pasaba”. A veces no me puedo controlar por ataque de furia cada vez que mi persona se siente traicionada o burlada. Toda mi sabiduría no es más que un intento de relajarme, que en la mayoría de los casos no funciona, ¡A la mierda con la sabiduría!. Así que tomé la cuchilla de afeitar que habían dejado para que me suicidara e intenté arrancarle el único ojo que le quedaba a aquella mujer.
- ¡PU-U-U-TA-A-A-! - Grité en un solo alarido y sentí que volé hacia ella. Creo que sonó como el primer pedo de un bebé. Las cataratas son como una mancha blanca que se forma bajo la retina y ahora estaba una parte en el piso y la otra deslizándose por la cuchilla a punto de tocar mis dedos. Con ojos ciegos miró furiosa como dejé que sus fluidos oculares embadurnaran mis dedos mientras de mí se escapaba una sucia carcajada. Acerqué mi boca a su oído y le pregunté “¿Ves mejor?”.
Era una buena noche para dejar escapar mi furia pirotécnica. El muy cobarde de la quinta habitación nunca se mostró, apuesto a que la vieja también se inventaba fantasmas. Toda la estructura fue tragada por un hueco que parecía ser un sótano muy profundo. El humo rellenaba de negro plomo el hueco de arriba dejado por las nubes.
Mientras me iba sentí oír ecos de risas de agradecimiento, estaba bien. En el camino atropellé tres gallinas, una liebre y cinco perros, los gatos eran mis amigos. Miré mis ojos en el retrovisor. No sabía qué hora era.