En marzo de 1999, en Batanicos, una granja caucana donde dirigía un proyecto ecológico, fue asesinado Jairo Peña, ex comandante del desmovilizado M-19 y conocido cuando militaba en el grupo guerrillero como "Salomón". Una muerte más, en el desangre de un país que cada día ve morir más y más gente. Antes de que los sicarios le propinaran varios disparos, Salomón les pidió que se lo llevaran lejos de su casa, les prometió que no trataría de fugarse, pero que no dejaran que sus hijos fueran testigos de la muerte, como él había sido, muchos años antes, de la muerte de su padre. Salomón rompió la cadena, con un gesto de generosidad impresionante y de un infinito amor por su hijo.
Otro colombiano ha querido, veinte años después del asesinato de su padre, el médico y defensor de derechos humanos Héctor Abad Gómez, romper la cadena de odio y expresar el amor por su progenitor. Se trata del escritor y periodista Héctor Abad Faciolince, quien acaba de publicar su novela "El olvido que seremos", en la que rinde un testimonio literario sobre los valores de su familia.
Valores que le han permitido superar el odio y no querer cobrar venganza, para romper el círculo de muerte y abrir perspectivas hacia un futuro más benigno, como estoy seguro de que lo necesitamos los habitantes todos de este planeta. No sólo los colombianos.
Lo ha hecho, contrario a muchos de los dirigentes de este país que, desde todas las orillas –"Tirofijo", los Castaño, Uribe–, siguen empeñados en cobrar venganza. Por eso estamos como estamos. Por eso es tan valioso el ejemplo de un campesino como Jairo Peña, "Salomón", y el de un escritor como Héctor Abad Faciolince.
Y por eso es tan importante recordar el primero y leer al segundo, para que no caigamos en "El olvido que seremos".
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