Nunca he visitado Alemania, por ello me gustaría que tuvierais en cuenta que este pequeño cuento es pura imaginación. Lo escribí para un concurso que se llama "¿Cómo te imaginas Alemania?" en el que el premio era un viaje a este país. Deciros que quedé la tercera ganadora a nivel nacional, y que me sentí muy orgullosa de conseguir este puesto y representar a mi comunidad autónoma. Gracias a vosotros por ayudarme a evolucionar día a día para conseguir estos pequeños logros y animarme para continuar viviendo entre letras e ilusiones
Por las calles de Berlín
Dicen que Alemania es un país frío, de ésos que te hacen tiritar bajo el abrigo las jornadas invernales. Tras una mañana en esta ciudad, he llegado a la conclusión de que es cierto: en cuanto he pisado la helada acera de la Avenida principal, un temblor ha recorrido mi cuerpo. Poniendo todo mi empeño en lograr la mejor descripción de la cultura alemana para mi reportaje, he comenzado a pasearme por todos los rincones de la urbe. ¿Con qué me he topado? De momento, con nada que la diferencie de otras sociedades europeas: gente apresurada por llegar a tiempo al trabajo, ciudadanos bajando y subiendo las escaleras del metro, vehículos embotellados en un atasco… Un grupo de niños ataviados con uniforme escolar ha pasado delante de mis ojos, todos en fila hacia la puerta del colegio y sin apenas pronunciar palabra. Cuentan que la disciplina educativa es muy dura en este país, que a los pobres chiquillos se les exige mucho, pero que, finalmente, se convierten en adultos realmente inteligentes.
He continuado mi camino, invirtiendo toda la mañana en observar, simplemente observar. ¿Sería correcto que me ciñera a los tópicos? Por ahora, han resultado ciertos: sólo veo hombres rubios; escucho una pronunciación fuerte, casi amenazante; tabernas con cientos de tipos de cerveza; y un sinfín de detalles que dejo pasar. Mi tarde transcurre dentro de un auditorio, entre piezas de Händel y Bach.
La noche ha caído sobre la ciudad y me pregunto qué hacer. He oído hablar de los afamados pubs de la capital, pero no me animo a visitarlos. En su lugar, permanezco sentado delante de un escaparate de una tienda de electrónica, hasta que su visión me saca de mi ensimismamiento. La confundo con la mítica Anastasia, pero instantes después caigo en la cuenta de que era una zarina rusa. Ella me sonríe y aminora el paso, haciendo ondear su hermosa cabellera dorada; y yo, sin dudarlo, me decido a acompañarla por las calles de Berlín.
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Un hombre y un niño están sentados enfrente de las ruinas del muro, hace tiempo acribillado y derribado.
- Papá, ¿por qué hicieron aquí esta pared de piedra? –le pregunta el chiquillo con interés.
- Hijo – responde éste, con un brillo en los ojos -. Años atrás, este país salió muy mal parado. Hemos estado desmembrados en muchas porciones; hemos perdido dos guerras mundiales; nuestro pueblo ha vivido bajo la autoridad de dictadores como Bismarck y Hitler; y, como ves, han construido una fortaleza que partía nuestra ciudad en dos. ¿De qué nos pueden acusar? No soy capaz de enumerar todos los argumentos que pueden lanzar en nuestra contra; pero te voy a decir algo que no debes olvidar nunca: el día que este muro sucumbió, todos estos negros acontecimientos del pasado quedaron atrás; cuando cayó, ganamos la libertad.
El pequeño ha sonreído, satisfecho con la respuesta de su padre. Él le ha cogido en brazos, abrochándole bien el abrigo; y tras ello, ambos han vuelto a adentrarse en las calles de Berlín.
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Yo, que los he observado desde lejos, he llegado a comprender que, a pesar de todo, el amor es un idioma universal.
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