CICATRIZ EMPOLVADA
Una cicatriz empolvada es una mueca,
un espejismo, es una nada...
es una espina encubierta
es una herida
para un aire que se oxida y sólo quiere
flores en su ojal.
Es una mella, es la muesca
del oprobio en una frente,
es lánguida muñeca,
rota o deshojada...
es la mentira en cada rostro,
es vergüenza
del volumen o del frunce de tu cuerpo,
de tu verbo,
que navega timorato gesto avanti...
o el rubor disparatado,
inclemente de tus manos.
Es abominada identidad,
un cetrino descolor
en los rasos de tu alcoba,
en los bajíos de tu fuente,
tu venero, tu raíz.
Es grito perenne que llora
pellizcando el sin sentido,
es un plagio patético del alma,
un tizne, un tizón candente en el espíritu
al que bastaría
ser él mismo tan solo
y tan entero como es,
en su misma mismidad sin disimulos,
y es el mismo que quisiera
ser naturaleza amante con su piedra
y con sus charcos,
con su brezo de secano o de humedal,
con su árbol, con su arbusto
de todos los tamaños,
con su ardilla y su ratón,
con su enjambre y con su fiera,
con su cielo
sangriento o de cemento
con sus barcos de algodón o de cobalto,
tan sólo y simplemente con su ser
y con su vida en movimiento.
A ellos y a cualquiera les debería bastar
con la riqueza
inmensa de tan sólo y tanto ser
precisamente lo que son sin maquillaje,
sea clavo, gozo, herrumbre o corazón.
Angeles Yagüe
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