a Zandy Parra que sabe retornar
Habrá que pedir la parada, interrumpir la lágrima y hacer que se sostenga al borde de la sonrisa, que la alegría sea el filo que vuelva acostar el tiempo.
Habrá que retornar a la mirada que dejamos atrás, por pena, por ceñirnos al cuento de crecer y ser grandes y aprender y ser mejores…
Yo repito: vale irse.
Sacrificar este momento si no está latiendo ni suspirando y marchar al punto inexacto donde aprendimos a reír, a transgredir las sumas sin esa duda que se ensancha cuando crece la edad pegándose a la lengua para que no se pronuncie:
música -para ir tras ella-
flores -para hablar-
nubes -que saben lo que son las huellas-
amor -como única ofrenda-
lo imposible -visto con alegría-
lo innombrable
Hay que irse, o por lo menos encerrarnos en un libro que nos alise nuestras alas, o nos mueva el corazón al otro lado, que salte –como el miedo de tantos días- cuando miremos por la ventana, o lo haga latir como el primer día después de tanta muerte.
Yo digo: alguien tiene que quedarse en sí para poder irse.
No importa si nacieron tarde, si siempre llegan después, si no conocen lo que es hablar en público, si sus manos no tienen memoria del pelaje de los halagos. O si están cansados de ser preámbulo.
Lo central es encontrase como el primer amor, o el último, darse la mano y aprender a hablar, a cantar diría yo, antes que la voz venga herida de ese espacio ponzoñoso al que se llega por no saber reír como tontos de nuestras vidas.
Entonces, digo yo cuando estoy afuera, habrá que retornar, irse a oír los primeros versos que viven en las voces infantiles, padres del asombro, maestros del entusiasmo y el jolgorio. De todas formas yo no sé, pero lo digo porque sospecho que el regreso es el camino más corto para avanzar.
Jairo Rojas
01-12-2006
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