Todos estaban dormidos, después de la juerga lo único que nos quedaba era dormir. Pero yo desperté con ganas de mear los litros de cerveza. Me dolía la cabeza, el estómago, las piernas y los huevos. Shirley me había dado caña a base de bien y yo intenté recompensarla a pesar de los años. Al final me dijo campeón y se fue dando tumbos rumbo a una noche más.
Chuck dormía sobre la alfombra libanesa y encontré dos vomitonas de camino al baño. La taza estaba llena de sangre y aquello me dio que pensar. El rastro de sangre no estaba sólo dentro, sino que serpenteaba por todo el baño hasta ir a morir dentro de la ducha.
Terminé de mear y fui a explorar el lugar, abrí la cortina y la vi.
No era Shirley, tampoco Vanesa, era una vieja de más de cincuenta tacos con la mirada fija en los azulejos.
--JODER –grité hasta despertarlos. La vieja no se movía y yo no quería interrumpir su visión.
Chuck llegó al baño hecho un animal y me asesto un puñetazo que me dejo sin aire, luego miró y se quedó allí, de pie, con el pantalón empapado de orina.
--Está reventada --, dijo con un hilo de voz –La he reventado.
Esta vez fui yo quien dio el golpe de gracia, lo cogí por el cuello e intenté estrangularlo mientras Vanesa gritaba que estaba muerta. Después comenzó a reírse y a decir que era como la película de no sé quien.
--Tenemos que deshacernos del cadáver –Dije a la vez que soltaba a Chuck y lo arrojaba junto al cuerpo de la vieja--, Tienes que sacar eso de mi casa.
Chuck se levantó como un tiro y comenzó a zarandear el cuerpo.
--Mamá, mamá.