Recorren los pasadizos cibernéticos extraviados en los laberintos del espacio, callados, aguerridos, absortos, con el bagaje a cuestas que la genética no pudo soslayar, luchando por algún amor oculto que destella los recuerdos, adicciones o contagios... Y las sombras proyectan el espectro de sus debilidades tibias del alma y de la mente, hacinados en la esencia de criticar sin una causa valedera, incultos, envidiosos del talento ajeno que se esfuma en la mediocridad. Más del montón reclaman una limosna literaria para sentirse alguien festejando un aplauso imaginario que resuena dentro de sus mentes. Y las carcajadas se pierden distantes como un eco luminoso que se reduce en nada bajo las palabras y las letras de los que valoramos el hacerlo. Gritan, se acallan, patalean, enloquecen en el espejo que refleja sus semblantes, en los innumerables niks que resguardan su veracidad escondida y silenciosa. La noche se detiene en una infinidad de estrellas que no deja de emigrar mientras en la madrugada la mayoría ha muerto.

Ana Cecilia.