La Casi Muerte de un Dictador
Un susurro lejano emitido desde algún parlante de la sala de espera transmitía con voz neutra el crítico estado de salud del general, mientras él, recostado en las limpias camas del Hospital Militar, conectado a docenas de tubos, se esforzaba en respirar las que creía que serían sus últimas bocanadas de aire.
Mientras sus pulmones y su corazón luchaban su más difícil batalla, los pensamientos del general eran tranquilos, se sentía satisfecho de haber cumplido su misión, de haber salvado a una nación, de haber robado menos que otros militares latinoamericanos, en todo caso infinitamente menos que lo que él se merecía. Su vida comenzaba a apagarse tranquilamente, su consciente se hacía cada vez más subconsciente, a la espera de ser inconsciente.
El general fue siempre un hombre creyente, pertenecía a una subraza dentro del género humano que se alimenta del trabajo de las otras subrazas, mientras recibe el constante perdón de su conservador dios, a través de sus representantes terrenales. Esta vez, creía nuestro anciano militar, le vería la cara directamente a su creador, sin intermediarios, sin el pago de comisiones o peajes, cara a cara, el Gran Señor, con quien había sido el Señor de un país, acá en la tierra. Durante su dictadura, el general se creía un enviado y siervo de su Maestro del más allá, él creía haber salvado a su país en nombre de su dios de las garras del ateismo. Cual moderno inquisidor, fusil en mano, cambió la hoguera por los campos de exterminio y tortura, dirigió épicas cruzadas hacia las poblaciones periféricas de las grandes ciudades, atacando, destruyendo, desapareciendo infieles, destruyendo familias, acabando con futuros completos, los que se reflejaban en las lágrimas de los pequeños que veían como arrastraban a sus padres, como esta suerte de “extraterrestres germánicos” (que era la imagen que para un niño debe haber representado un militar de aquella época) se llevaban su futuro y lo subían a un automóvil militar para nunca más verlo. Todo eso en el nombre de su dios.
Tanto deseaba ver el general a su dios, que su deseo fue concedido.
- Humildemente me presento ante ti a rendirte cuentas, mi Señor.
- Has sido un fiel súbdito, general, te felicito y te pregunto ¿qué deseas ahora?
- Si queda aún alguna tarea en la que pueda serte útil, mi Señor, estoy aún a tus órdenes.
- No esperaba menos de un soldado tan digno como tú. Si, hay algo que aún puedes hacer. Si mueres ahora, pasarás pronto al olvido, una muerte por causas naturales no es lo más conveniente en estos momentos para nuestra causa, general. Necesitamos hacerte sufrir, debes aparecer ante la historia como un mártir. Si, necesitamos de un mártir, hace mucho tiempo que no tenemos uno.
- Tus deseos son mis órdenes, mi Señor, ¡que se haga entonces tu voluntad!
Los médicos no comprendieron cómo logró recuperarse, tampoco los periodistas ni las asociaciones de detenidos y desaparecidos, sólo los jueces que llevaban las causas criminales en su contra se alegraron, ellos sabían que lo tenían acorralado, que muy pronto caería en las manos de la justicia terrenal, en donde debería pagar sus culpas.
Tan rápida fue la recuperación del general que al poco tiempo ya estaba en tribunales escuchando su condena. Treinta años de prisión, encerrado en una celda común y corriente, sin ninguna clase de privilegios, ese sería su destino. El general aceptó sin apelar, cosa que nadie comprendió. Él creía que ese sería un muy buen camino para ser recordado como el último de los mártires de su Señor, la verdad, nadie conoce los reales designios de Satanás.
Jota |