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Cuento paraíso.

No era san Pedro el que guardaba la entrada del Paraíso. Era un gorila malencarado. Puede pasar, puede pasar, usted deténgase ahí –Le decía todas las noches a las almas que iban a buscar la gloria del paraíso. Cuando llegó Jesús, el portero del Paraíso hizo una reverencia -Queridísimo señor ¿la mesa de siempre?. Aquella ocasión llevó a su sobrino. 18 años recién cumplidos. Se le caía la baba al adolescente, los cachetes de su pantalón se inflaron, era una experiencia religiosa, el altar al centro, los cirios neón, la paloma, los fieles, la paloma, la redención, el confesionario, amén. -Y ahoraaaa!!!! desde Hermosillo Sonora: Karolina, -dijo en el altoparlante el sacerdote, invitando a las fieles lenguas de los infieles hombres a ponerse de rodillas, don Jesús y su sobrino se arrodillaron en una mesa frente al altar mayor; desde ahí casi podía tocarse la delgada línea roja de la tanga de Karolina. Si esa quieres sobrino esa tendrás- gritó emocionado don Jesús acomodándose el sombrero texano, pero el sobrino por instantes había olvidado el lenguaje y no entendió nada, andaba chapaleando entre los ríos de baba que nacían de la boca de cada parroquiano, perdido en un cuadro con la música muy alta, entre los señores, de diversas categorías, obreros, empresarios, albañiles, licenciados, mecánicos, y hasta un don Jesús, rezándole con silbidos estridentes y frases fervorosas empapadas de fe a santa Karolina, la santa patrona del “Paraíso night club”. -Déme un privado con santa Karolina, -dijo don José, con una lamparita en mano para no perder el camino un hombre robusto le daba el boletito, bueno por quinientos pesos. Cuando la santa terminó, el sobrino siguió el hálito de sudor y ternura que envolvía a Karolina, humedeciendo de nervios su inspirado poema de a quinientos, don José gira para desearle suerte y se encoge violentamente; lo golpea en la nuca la presencia del padre Dionisio. ¡Dios mío! que no me vaya a ver –pensó don Jesús y marcando el compás en 4/4 de I will survive volteó aplaudiéndole a santa Mariana. El padre Dionisio disimuló dándole un trago a su cuba de ron, encogió el brazo, pensó que había que llamarle la atención a don Jesús.

-Así que aquí terminan las limosnas de los hombres y mujeres de fe, y cuando uno comete pecado ahí anda el padrecito diciendo que el alma y el infierno y no sé qué, pero aquí anda el muy cabrón – pensó don Jesús restableciéndose del golpe en la nuca.

-Todos somos pecadores, si yo estoy aquí es para saber como trabaja el diablo con los hombres – pensó el padre Dionisio, dejando su ron de cuba en la mesa y dándole con un fruncir de cejas un coscorrón a don Jesús.

-¿Qué pasaría en la parroquia si supieran que el padre Dionisio viene a ver mujeres desnudas y a emborracharse a un antro de estos?, a todas las viejas chismosas amigas de la caridad que no dejan en paz a mi mujer se les caerían los calzones de la impresión -pensó don Jesús, que con un: ¡Maaaamiiita! para santa Mariana levantaba la guardia y le atinaba un puñetazo certero al padre Dionisio que seguía bebiendo ron, a siete mesas de distancia.

-¿No estará este bruto pensando en contarle a mi rebaño que…. –pensó el padre Dionisio, ¡¡Poow!! recibiendo el puñetazo. ¡Muuuucha ropa, muuucha ropa! cayó la tanga de Mariana, la multitud enardecida y la vie in rose sonaban, dos divas en escena: la virgen Mariana y la diosa, Edith Piaf. Bueno, no importa, si él va de chismosito yo también le cuento a su mujer que él estaba aquí, y para que amacice, le cuento también las cochinadas que ha hecho con Irma, con Yunuén, y con doña Luisita la presidenta del comité de mujeres de la caridad de la parroquia.

-No me vuelvo a confesar con este pinche curita balín – pensó don Jesús, sangrando de la nariz con tan tremendo golpe. No iba a rendirse, le dio un billete de cien pesos a santa Mariana y ¡oh milagro! sacó una tutsi pop que comenzó a lamer con sus labios mayores y menores. Don Jesús pensó en patear al padre Dionisio en los testículos, estaba buscando la forma cuando Mariana se le sentó en las piernas, lo acariciaba, lo invitaba a tocarla, le frotaba sus formas redondas y suaves, le convidaba de su paleta. Don Jesús se estremecía, giró la cara, no porque le diera asco aquella paletita roja, le acababan de dar un golpe que le puso el pómulo hinchado, los feligreses del “Paraíso night club” veían un Jesús que jadeaba, que ardía en redención y deleite, en realidad estaba agónico, le acaban de derrotar en su propia iglesia, sin tocarle ni un pelo del cuerpo contra el que se restregaba santa Mariana.

- Pues sí hijo, tú tienes la culpa por no atender a tu mujer, ya ves, estás muy ocupado con tus santas, y tu mujer siempre de rodillas en el templo, ni modo hijo, ni modo, los curas también tenemos nuestro corazoncito, ¡mírame aquí!.

Mariana dejó de acariciar a don Jesús y regresó al escenario, don Jesús golpeó la mesa enfurecido. ¡Si te gusta pues cómprala! –le gritaron desde otra mesa y se echaron a reír con ásperas carcajadas que pusieron triste a Jesús. El sobrino regresaba tembloroso nervioso y gozoso, aquello si había sido una pasión, los pechos redondos donde había dos pezones que se endurecieron para clavarse en las manos del muchacho crucificado, despacio, despacio, ni siquiera se atrevía a tocarla, cuando por fin lo hizo apretó los pechos de Karolina tan intensamente que casi le arranca un grito de dolor, nacido quizá del tatuaje de serpiente que se arrastraba inmóvil entre aquellas dos frutas dulces. Karolina después lo había coronado de besos, se habían mirado, con pena, de pronto ambos tenían pena, de pronto ninguno de los dos quería estar ahí, de pronto los dos tenían 18 años y estaban desnudos, ella del cuerpo y él del corazón, viendo por primera vez a una Eva, a una madre, de pronto dicen que ya se acabó el tiempo, todo se acaba de pronto, la inocencia, las canicas, el chocolate, la vida. Don Jesús le da vueltas al asunto y también a su tequila, vueltas y vueltas el agitador entre los hielos.

Cuando el agitador se detuvo, ya era domingo, los hielos se habían derretido, y el padre Dionisio estaba terminando de dar la comunión en la misa de las 9am, don Jesús cruzó el umbral con gran firmeza, con arrogancia y se dispuso a comulgar. El padre Dionisio palideció cuando lo tuvo frente a frente, se quedaron mirando ante la expectación de los fieles que habían interrumpido la contrición para ver qué pasaba. La mano temblorosa del padre Dionisio se metió en la copa y salió con un cuerpo de cristo, lo ofreció a don Jesús, al abrir la boca exhaló un concentrado olor biliar. Si el cura no quita la mano a tiempo se la muerde, dio media vuelta, se sentó en una banca frente al altar mayor, machacando entre las muelas el frágil cuerpo de nuestro señor, apretando las quijadas y mezclando la hostia con la rabia biliar.

-Oreeemos (todos de pie)…………….. Te rogamos señor por doña Luisita y los fieles del comité de caridad, te rogamos también piedad y misericordia por los hombres que aún no han estado en el Paraíso. El señor esté con vosotros. La bendición de dios todopoderoso, padre hijo y espíritu santo, descienda sobre vosotros. Podéis ir en paz, la misa ha terminado –se inclinó a besar el altar sintiendo un tubazo desgarrador en la espalda.

Texto agregado el 03-12-2006, y leído por 295 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
05-01-2007 Que buen cuento Amigo Pierre_Menard. Toda una recreación cómica de la vida real; de la hipocrecia y de la escencia humana. Escrito con limpieza y agilidad. roberto_cherinvarito
 
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