I

A veces persigo sombras
otras veces son ellas
quienes me persiguen.
Al alcanzarnos somos oscuridad.


II

Tengo conciencia del amor
cuando estás entre mis brazos
pero cuando te vas y me abandonas
tú te vuelves desierto y yo gemido.


III

Cuando pienso largamente en ti
soy capaz de traerte con el pensamiento
e incluso hasta logro que te sientes en mi cama
pero cuando intento allí poseerte
levantas pronto vuelo y quedo yo sediento...


IV

En mi soledad desfilan nombres por mi mente
y uno tras otro son sueños, son sonrisas
son secretos olvidados; pero cuando a mí
-tu nombre entre todos- oculto, mezclado llega
borras de un tajo mis recuerdos.


V

Al verte desnuda, quieta, tibia, toda entregada
a la contemplación desvergonzada de mis ojos
sientes pena y con sonrisas cubres tu recato
y te cierras toda –tímida- entre tus brazos.


VI

Nunca el tiempo es del todo suficiente
siempre quiero de ti un beso más
una caricia más, un momento más para abrazarte
¿Será –me pregunto-
que al detener el tiempo
nos seríamos mutuamente suficientes?


VII

Cuando a mi lado estás y te duermes indefensa
echo a volar mis manos por tu cuerpo
pero el sueño no te deja reconocer mis caricias
y esa mudez tuya, esa indiferencia inconsciente
hacen que mi deseo también silencioso duerma
y no te invite a la fiesta loca de los besos.


VIII

Dios: ¿Estás ahí?...
Qué pena, Señor, no quiero molestarle; pero es que estuve pensando en que no más hoy te he llamado como diez veces para importunarte con mis quejas y problemas y ninguna para adorarte ni alabarte. Es, pues, justo que ahora lo haga: Gracias, Dios y Señor mío, por todo cuanto eres
y por todo lo que me das.
Y por ahora –lo prometo- no te vuelvo más a incomodar.


IX

Señor Dios:

Humildemente te pido que me hagas dormir
como algún día al padre Adán
y de una de mis costillas
-ojalá esta vez no de una de las falsas-
extraigas para mí otra mujer
cuyo nombre signifique entrega
y a quien amorosamente llame yo:
Carolina.



Bogotá, Enero 19 de 2004 / 5:30 p.m