Era una noche de cervezas y a pie en las que no importa y sin embargo se le echan bolas. No había temor, lo que había era cinco kilómetros para llegar a casa y una lata de cerveza en la mano y otra en el morral, cada uno. Caracas de noche es una ciudad vacía, los carros en realidad no ocupan ningún espacio, no más del ruido de los gritos que salen de sus ventanas, no están acostumbrados a ver dos chicos tan simpáticos a pie. La alegría es un bloqueo, igualmente lo es la despreocupación.
Me detengo, el cielo está cargado de nubes y de estrellas, parece una contradicción, de pronto siento una puñalada en el corazón: la certeza de que puedo morir.
- Somos enemigos – le digo a Claudio.
- ¿Es que acaso también sientes este aire de muerte? – dice Claudio. Los edificios nos ven y es como si nos odian “¿Qué hacen ustedes dos?" Es como si preguntasen. No es como que si los amigos estuviesen de acuerdo en todo, pero cuando la sensación es la misma quizás lo están.
- Vamos a sentarnos por un rato aquí, en la acera – le digo a Claudio.
- ¿Tú estás loco? Será como para que nos lleven presos – responde Claudio.
Quiero olvidar dónde estoy, aquí nadie se sienta en la calle, es una extraña noción de lo que significa una ciudad limpia.
- ¡Vamos a sentarnos un rato en la acera! – insistí. Sacamos la otra lata de los bolsos y nos pusimos a beber. Quiero saber si todo es realidad o imaginación.
Los animales gritan y a veces lanzan cosas desde sus carros, una patrulla de la policía se detiene. Les pregunto qué estamos haciendo, pero ellos amenazadoramente nos hacen la misma pregunta mientras nos revisan y entonces insisto en qué estamos haciendo?? No nos entendemos, Claudio calma la situación, distinguido, y todas esas palabras, pero no querían más que dinero; nos negamos a dar nada y, si nada damos vamos presos e igualito nos quitarán todo lo que tenemos. Les caemos mal, siento que somos como refinados para ellos y que realmente tienen ganas de darnos una buena lección. Inspeccionan nuestros apellidos, Claudio es más despierto que yo, menciona como por casualidad un tío suyo inexistente y sugiere a los policías que conserven sus trabajos, se marchan de muy mal humor no sin muestras de respeto. “Eso es todo” dice Claudio “Eso es todo” digo yo. Así que nos volvimos a sentar en la acera y terminamos tranquilamente las cervezas. Risas en el transcurso a pie en lo poco que nos faltaba llegar a casa, risas de nosotros, no sé si de orgullo o de tranquilidad. Pero esa noche luego al dormir tuve pesadillas, soñé que bajaba un platillo volador y se abría una puerta extraña con un individuo raro, una silueta extraña
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