Para Andrea, por la sonrisa que se le puso al leérselo…
La primera postal en llegar venía de Lisboa y estaba fechada el 13 de julio. “Amado César: No se si hago bien en escribirte, quizás sea mejor que sólo el silencio reine entre nosotros en este tiempo tan íntimo de decisiones drásticas sobre nosotros y nuestro amor. Pero siento que debo hacerlo para compartir, para vivir juntos este viaje que algún día reharemos a dúo. Recorro tu Chiado, cojo tu tranvía a la Alfama, compro tus discos de Fado y disfruto de su encanto y tu proximidad. Siempre tuya, Celeste.”
César Ramírez la leyó con una mezcla de confusión, incredulidad e indiferencia. No conocía a ninguna Celeste, la dirección postal era la suya y también era cierto que Lisboa era la ciudad de sus amores, así como los fados, la música que más cerca del corazón le llegaba. Coincidencias.
La segunda postal venía de Sintra, con fecha 18 de julio. “Amado César: Pienso mucho en ti. En todo tu ser, tus caricias, tus abrazos, tus silencios. Te extraño, más de lo que imaginé que te extrañaría, te añoro. Si me quieres enviar unas líneas, te dejaré la dirección de donde estaré a partir del 20: Hotel Boas Vistas, Rua Bernardo Setúbal, 24. Cascais. No sufras, amado mío. Si no me escribes, también sabré interpretar tus silencios. Siempre tuya, Celeste.”
César Ramírez colocó la segunda postal sobre la cartelera que colgaba en la pared de su habitación-despacho. Contempló el castillo en lo alto de la colina y lo sujetó con dos alfileres junto al tranvía que subía por la Alfama. Cogió una hoja en blanco y escribió: “Amada Celeste”, luego tachó y puso “Querida Celeste”, más tarde “Estimada Celeste” y luego “Celeste”. Rompió la hoja y cogió otra. Redactó: “Estimada señorita. Atravesamos una inexplicable equivocación en donde alguien con mi nombre –tampoco muy original, lo admito- y mi dirección pero que no soy yo… Dejó el bolígrafo y encendió un cigarrillo. Tiró la segunda hoja al suelo, no la creyó digna ni siquiera de yacer con la anterior en la papelera.
El 21 de julio Celeste recibió un sobre a su nombre en el Hotel Boas Vistas de Cascais. No había una carta sino una postal, con la Cibeles al frente y la Puerta de Alcalá al fondo. César quiso algo más original, pero en el estanco era la única foto de Madrid tomada después de los 80s. Pensó en voz alta “qué pocos turistas pasan por el barrio”, pagó y se fue. En el reverso de la Cibeles, Celeste leyó con avidez: “Cariño mío: Cuento los días que faltan para terminar ésta, nuestra primera y única interrupción que a tu llegada, nos verá más unidos y enamorados que nunca. Sin ti, vivo por la mitad, te extraño y deseo. Siempre tuyo, César.
El 26 de julio, César colgó la foto de las casas de colores de Cascais que había llegado esa mañana, junto a las de la Alfama y Sintra. “Amado César: Los días no son días si no estás y yo no vería los colores si no los mirara a través de tus ojos. Los tomo prestados para disfrutar de estas casas, son ellos –tus ojos- los que las pintan. Estaré en Barajas el 30 a las 17hs. Si vienes, ya no me separaré de ti mientras viva. Tu amante enamorada, Celeste.”
César aguardó pacientemente la salida de TAP durante 30 minutos, se colocó en primera fila y mantuvo una sonrisa nerviosa. Ella apareció preciosa, su mirada era el anticipo de un beso que duró muchos minutos, no sabrían decir cuántos. Luego se marcharon, tomados de la mano, sin preguntas ni reclamos, parando para acariciarse y arrancarse otro beso. Después de todo, ambos tenían lo que buscaban, César un poco de color en su vida y Celeste, un hombre sencillo que la quería de verdad, que no le pegaría ni la abandonaría, alguien junto a quien construir, finalmente, un pasado mejor.
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