LARGA Y GORDA
Fue argumento glosado en el pasado, trascendido al presente y a veces comentado.
En clave de humor el tema se recuerda y los longevos de Albalate relatan que, en cierta ocasión, una doncella pobre y sencilla, aunque guapa y lozana, sentía cierta zozobra por contenido inconveniente y escabroso. La zagala andaba con el corazón fuera del pecho y estaba confundida. Un día sí y otro también atendía sin querer al chismorreo que, por infortunio, a ella iba destinado. Se divulgaba con retranca, que el novio que se había echado poseía un aparato enorme, monumental, ciclópeo. Era el rumor que corría por el pueblo y sus amigas, con las cuales esa tarde paseaba, le decían como siempre, con sorna y guasa, que obrase con cautela, pues la cosa, al parecer, era tremenda, fuera de norma.
Con tanta reiteración andaba recelosa y, aunque inquieta y aturdida, esta vez hizo acopio de valor y se enfrentó a sus amigas protestando:
-Pero bueno, ya está bien. Y vosotras ¿cómo lo sabéis?
Las mozas exhibían sonrisas irónicas un tanto picantonas, cruzaban miradas sibilinas y hacían cómplices guiños. La más aviesa, muy estirada, en tono zumbón, recusó:
-Oye, oye. A ver si vas a pensar que nosotras... Pues no faltaba más. Cualquiera se aventura con una cosa así. Vaya, que ni en sueños. Para ti hija. Toda para ti.
La muchacha, azorada y enredada, pasado un instante, se atrevió a argumentar:
-Pues expresaros con claridad, si algo sabéis. Si no la habéis visto, ¿cómo habláis de su tamaño? ¿De dónde sale el testimonio?
Hacía un inciso y con mesura, bajando la voz, añadía:
-Y en todo caso, ¿atinaríais a decir cuán grande es?
Una pelirroja, rebrincando, se apartó del camino y con porte revoltoso y cierta picardía, manoseó una gruesa rama salida del tronco de un ciruelo. Las demás gritaron alborozadas:
-Pervertida, animal, bruta. ¡Qué imaginación! ¡Vaya morbo! ¡Qué disparate!
Los gestos y risas confundían a la protagonista de la historia y molesta rezongó:
-Ha sido un desatino y la broma tiene poca gracia. -Hizo un silencio y enojada añadió-: Además, estoy harta de tanta mojiganga y manifiesto que, en todo caso, más valen sobras que menguas.
-Sí, -terciaba otra de forma machacona- pero ten cuidado que la cosa debe ser..., que cuando el río suena...
Ella optó por callar y rememoró las palabras oídas a su abuela en el almuerzo. El recuerdo la consoló y quedó más sosegada.
Abuela y nieta habían almorzado pan que untaron en gachas de harina de almortas. Era el alimento de todas las mañanas y, mientras comían, platicaron de lo que a la muchacha la tenía ofuscada y aturdida. La anciana había comentado: “Vaya insidia. Tiene enjundia la materia. A las pobres ni siquiera en eso nos dejan tener demasía. Pero serénate, no andes aturdida y pon atención a mis palabras. Te contaré algo reservado: me da el pálpito que en la cuestión que nos ocupa, tu novio, aunque ande bien dotado, no aventajará a tu abuelo. Y sin poder hacer balance, porque nunca tuve otra, barrunto que a mi hombre, en el asunto de marras, pocos podrán superarle. Y te hago saber que tal condición, nunca fue estorbo, más bien significó embriaguez, puro deleite. Aquí me tienes; cumplida, satisfecha y feliz, pues nunca imaginé varón mejor. Así pues, sosiégate y no tengas reconcomios ni pesares. Lo que se comenta son maledicencias, habladurías, zancadillas que te ponen para que no verte feliz. Ojeriza, inquina, desazón, envidia; eso es lo que pueden sentir otras”.
No obstante la joven vivía angustiada y aunque era reservada y pudorosa, también era prevenida, por cuanto quiso averiguar qué verdad existía en lo que era la comidilla por el pueblo.
Con cierta destreza y no poca vergüenza le hizo saber al novio de su desasosiego y, turbada, terminó requiriéndole que si no se la enseñaba, le dejase al menos tocar un poco para así salir de duda.
El muchacho, que era recatado, aunque un poco burlón, le quitaba calidad al contenido y le decía que no se inquietara que cuando se casaran, ocasiones tendría de verla y de tocarla.
Pero la moza insistía en la premisa y él, para zanjar el contubernio, prometió que en su casa, al rondarla por la noche, daría cumplimiento a la demanda.
En la oscuridad de la noche, cuando se despedían y el galán iba a partir, la muchacha recordó el compromiso y el joven llevó a cabo lo que ya tenía pensado. Expuso que para mitigar la turbación de ambos, ella permanecería en la casa por dentro de la puerta y él quedaría por fuera, al lado de la calle. Él introduciría su virilidad por la gatera del portón y ella podría tocar a discreción desde el otro lado. Así se hizo; el muchacho se agachó, dobló una pierna y metió la rodilla por el agujero de la puerta.
Ella se inclinó y palpó con sus manos todo cuanto quiso. Alentada, lanzó un hondo suspiro y al momento, satisfecha, exclamó:
-¡Pues no es para tanto, Tomás! ¡Qué descanso me queda y, válgame Dios, cuán exagerada es la gente de este pueblo!
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