Amor, anoche te fui infiel. Perdóname. ¿Recuerdas la foto del actor de una película que tengo pegada en la pared de mi pieza? Bueno, él entró en mis sueños anoche y no sé cómo. Estaba vestido de lila y se presentó ante mi como un duende de la foresta. Era alto, como tú. Miraba con unos ojos marrones, como los tuyos, creo; y tenía una barba muy crecida, de meses, tal vez años, café. No podía ver su pelo, pero supuse que era café. Toda su piel era del color de la tierra aunque estaba forrado en esa tela lila hasta la cabeza.
Me atrajo hacia él y yo luché, pero fue inútil. Entonces cerré los ojos para no ver la vergüenza en los suyos, mi propia vergüenza.
Tic tac era el ritmo de sus manos, tic tac, una y otra vez; aquí y allá, allá y aquí como una danza interminable. No tenía mucha fuerza, lo hacía con amor pero seguro. Parecía cansado, lo noté en su respiración. El olor de su piel me pareció conocido ¿dónde lo sentí? me pregunté ansiosa mientras hurgaba en mi memoria aquel olor dulce y ácido a la vez, extraña mezcla de calor y dulzor. Aún no quería abrir mis ojos. No, no y no te quiero. ¡Te deseo! grité varias veces. Todo en mi gritaba, mi boca, mi cuerpo y hasta mi alma.
De pronto penetró en mí y mi cuerpo no lo rechazó. Era algo conocido, húmedo y suave. ¡OH! Qué inexplicable sensación de gozo, una mezcla de temor y placer. Rompe las cadenas. Mi alma me decía es él, es él, el que tu amas. No puede ser otro, sólo él, el único.
Entonces quise abrir los ojos y no sabes la sorpresa que me llevé. Eras tú, siempre fuiste tú....
Patra |