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Luego de caminar tan lejos, me senté a meditar un instante. Estaba aún en la carretera, los autos pasaban poco a poco, cada vez menos. Miré fuera de esta serpiente embreada y sentí ganas de desenroscarme de ella, me ataba a mi pasado. Vi no lejos una piedra de color rojo, me gustó su color. Dejé de meditar y me dirigí hacia la piedra. Cuando llegué noté que esta empezaba a cambiar de color, cada vez se hacía mas amarilla. Y cuando estuve cerca a ella me di cuenta de que no era una roca, no, no era una cosa inanimada, era un animal de color amarillo con rayas de color marrón. Era enorme, quizá porque no entendía estar frente a una bestia más allá de mi imaginación. Iba a alejarme pero la bestia empezó a moverse. Me quedé quieto, sin respirar, totalmente concentrado en la bestia que era un tigre. Este se paró sobre sus patas y comenzó a caminar sin darse cuenta de mi presencia. Era tan extraño todo esto que sentí que tenía que seguir al tigre hasta el final del camino. Le seguí no lejos de su presencia. Pasamos por valles hermosos, montañas enormes llenos de arbustos, animales que se alejaban apenas el tigre se acercaba. Continué siguiéndole. Llegamos a un pueblo, no había nadie y si había algo, eran las puertas que parecían estar podridas, abandonadas... Continuamos caminado, siempre con paso lento. De cuando en vez el tigre se paraba, volteaba, me miraba y yo le veía sus enormes ojos negros, su pelambre dorada con rayas marrones y sin hacer ni un gesto continuaba su marcha. No sabía si se fijaba en que aún resistía su marcha o no, pero eso hacía de cuando en vez. Llegamos a una cueva y el tigre entró, también entré. Todo estaba oscuro menos el brillo de sus ojos que iluminaban con antorchas aquel lugar. Era una cueva llena de esqueletos, apestaba a podrido y recién empecé a oler a la bestia. Era nauseabundo, olía a excremento, orina, ha guardado. En ese instante iba alejarme de aquel lugar cuando escuché su voz:

- ¿Por qué me has seguido?

- No sabía adónde ir, contesté.

- ¿Sabes quién soy?

- No, le respondí.

- ¿Sabes quién eres?

- No

- ¿Quieres saber lo que eres?

En ese instante empecé a sentir que todo mi cuerpo temblaba. Empecé a retroceder lentamente, sintiendo el fulgor de su mirada.

- ¿Quieres saber quién eres?

Volvió a preguntar. Iba a decirle que no, pero continué retrocediendo hasta salir afuera de la cueva. Una vez la luz bañó todo mi ser, empecé a correr hasta llegar nuevamente a la pista... Vi que un auto pasaba por la carretera y alcé mi mano para que parara. Se detuvo. Corrí para subir. Era una familia completa. Padre, madre, hijos, un perrito y mucha comida por todos lados. Les pedí si podían llevarme. Sube, dijeron. Subí y empecé alejarme del tigre y de toda mi extraña soledad... Ya estábamos llegando a la ciudad. La noche estaba sobre nosotros. Las luces de los postes iluminaban aquella ciudad. El ruido de los autos, los griteríos de la gente que pululaban la ciudad jadeaban mi soledad.

- Me quedó aquí por favor, les pedí

El auto se detuvo y bajé. No lejos de mí vi a un grupo de personas que estaban alrededor de algo. Sentí curiosidad y fui hacia ellos. Penetré entre ellos y vi que un hombre estaba tirado en la vereda. Era un anciano. Le miré y en ese instante éste abrió los ojos, mirándome un instante. Todos se asustaron, menos yo. Dejó de mirarme, se paró y empezó a caminar. No sé por qué le seguí, simplemente le seguí, no sabía hacia donde iba ni cuándo pararía, pero sólo sabía que tenía que seguirle hasta el final del camino...


San isidro, diciembre del 2006

Texto agregado el 01-12-2006, y leído por 630 visitantes. (1 voto)


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